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Eduardo Jordà

Las siete esquinas

Eduardo Jordá

Refugiados

S i ahora mismo se celebrara un referéndum sobre la acogida en nuestro país de un número determinado de refugiados llegados de otras partes del mundo -"¿Es usted favorable al establecimiento en el territorio nacional de un contingente anual de refugiados procedentes de zonas de guerra o de regiones devastadas por un cataclismo?"-, lo más probable sería una victoria apabullante del no. En un país en crisis y con un veintipico por ciento de la población en paro, sería muy difícil que aceptásemos sin más a unos refugiados que llegarían con lo puesto y a los que habría que facilitar unos recursos mínimos en materia de vivienda y protección social: colegios, hospitales, ayudas de supervivencia, programas de inserción y de apoyo, todo eso. Y poco importaría, me temo, que esos refugiados huyeran de la guerra de Siria o que acabaran de sufrir un terremoto tan catastrófico como el que ha sufrido Nepal. En un pispás nos olvidaríamos de todos sus sufrimientos y pensaríamos solamente en los problemas que esos refugiados iban a representar para nosotros. Y la primera reacción de una población local desmoralizada por la crisis, al ver llegar a un número considerable de desplazados que lo habían perdido todo en un rincón perdido del mundo, sería sin duda el rechazo instintivo y el miedo irracional. Y no conviene olvidar a los políticos irresponsables que nos gobiernan, que sin duda atizarían el temor a la llegada de esos refugiados para sacarle rédito electoral. Buenos son ellos.

El ministro Margallo ha expresado estas mismas reticencias, al decir que los 1.600 refugiados que le toca recibir a España, según los planes de reasentamiento de la Unión Europea, son excesivos porque a esos refugiados no se les puede dar trabajo y crearían en muy poco tiempo un problema grave de convivencia. Y supongo que mucha gente piensa igual. Cuando miles de personas han perdido su piso, y millones de personas más están sin trabajo o cuentan tan sólo con un trabajo precario y mal pagado, sería casi una afrenta para ellas que se facilitara vivienda y ayudas sociales a unos recién llegados, aunque esos recién llegados lo hubieran perdido todo y vivieran en unas condiciones mucho peores que las de la persona más castigada por la crisis de nuestro país. Y la consecuencia natural de la llegada de estos inmigrantes sería -es fácil imaginarlo- un rebrote virulento del racismo y de la xenofobia, con el consiguiente discurso populista contra los recién llegados "que se llevan lo que a nosotros nadie nos da". Y me temo que tanto la izquierda como la derecha se fundirían en el mismo discurso histérico.

Pero ¿es verdad que no se puede hacer nada por esos refugiados? El otro día hice un largo viaje en autobús por el sur de la península, y durante unos cien kilómetros, entre Baza (Granada) y Puerto Lumbreras (Murcia), apenas pasamos por uno o dos pueblos, y sólo se veían grandes extensiones deshabitadas donde no había nada más que palmitos y espartos. Y lo mismo ocurre en amplias zonas de la Mancha, o en Castilla la Vieja, o en el sur de Aragón. Hace dos o tres años, en una carretera del sur de Teruel, mi coche sólo se cruzó con otro vehículo en media hora: era un remolque de no sé qué agencia medioambiental que transportaba ovejas muertas para alimentar a una colonia de buitres. Y hace muy poco crucé Portugal en coche, y juro que era muy difícil ver un solo pueblo habitado en toda la zona central del país.

Por supuesto que no es posible encontrar una zona así en Mallorca o en las áreas metropolitanas de la península, pero hay grandes áreas de este país que están despobladas o van camino de ello, y quizá no sería tan difícil asentar en ellas a unos refugiados que lo han perdido todo y que tampoco tendrían muchos problemas para adaptarse a vivir en esos lugares. Supongo que hay muchos problemas técnicos, claro, pero tampoco creo que sea un problema insoluble si se le dedica tiempo y atención. Y además, esos refugiados podrían llegar con sus propios médicos y sus propios maestros, así que tampoco sería tan costoso facilitarles los servicios indispensables. Porque me pregunto si estos pobres refugiados que huyen de Siria o de Irak o de las zonas más devastadas de África no tienen derecho a que se haga por ellos un pequeño esfuerzo, sobre todo cuando sabemos los ingentes esfuerzos que se han hecho a favor de las cajas de ahorros saqueadas por unos irresponsables a los que nadie, de momento, les ha puesto la mano encima.

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