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Joaquín Rábago

Listas electorales

Ahora sabemos gracias a ciertas grabaciones comprometedoras difundidas por los medios- en realidad lo sabíamos ya hace mucho tiempo- cómo algunos partidos elaboran sus listas electorales.

"Te pongo o te quito de ahí porque me lo manda el o la de arriba. Éste es un partido piramidal, y yo me limito a cumplir instrucciones", argumentan, si es que puede llamarse argumentar, los dóciles ejecutores de esas órdenes, apelando siempre a la obediencia debida.

De nada sirve, al parecer, rebelarse porque quien no acepta por cualquier motivo, como el riesgo de no salir elegido, el puesto que se le ofrece, se queda directamente fuera.

A los diputados nombrados con métodos no tan distintos de los practicados en su día - y en muchos casos también hoy- en los antiguos países del Este los llaman "representantes" de los ciudadanos. ¡Curiosa concepción de la democracia!

Aquí siempre ha importando más la fidelidad al jefe, que la ideología y, ni que decir tiene, que los problemas y preocupaciones de los ciudadanos.

Debe de ser una de esas herencias de las décadas de franquismo que, pese al tiempo transcurrido desde el final de la dictadura, no nos hemos quitado todavía de encima.

Aquí se han repartido durante años los puestos en las listas como prebendas, lo cual explica muchos comportamientos que serían directamente imposibles en otras latitudes.

No deja de ser curioso, sin embargo, que quienes elaboran las listas rehúyan luego toda responsabilidad cuando a alguno de los que han nombrado a dedo se le imputa algún delito. A partir de ese momento, ya ni le conocen.

Aquí parece que, al menos hasta hace poco, se sentían muchos políticos tan protegidos, se consideraban tan seguros de su impunidad, que podían permitirse incluso todo tipo de insolencias frente a quienes les demandaban explicaciones.

Y ahora hemos visto cómo, ante el diario estallido de casos de corrupción, aireados tanto por la prensa nacional como por la internacional, todo un ministro de Justicia, en lugar de sentirse avergonzado, llegó a coquetear con la idea de censurar a los medios que difundiesen esas filtraciones aunque, ante el escándalo originado, terminase rectificando.

Quienes comenzamos a ejercer el periodismo en los años finales del franquismo, recordamos la institución de la censura previa y las sanciones que dictaba el entonces llamado ministerio de Información y Turismo, a cuyo frente estuvo, entre otros, Manuel Fraga.

Así el semanario Triunfo, que tanto contribuyó en su momento a la educación democrática de los españoles, sufrió más de una suspensión, que en un caso llegó a durar varios meses y supuso una amenaza para su supervivencia económica.

Pero han cambiado los tiempos, estamos en Europa, la prensa es, con todos sus condicionantes económicos, que no son pocos, más libre que entonces, y además existen los medios digitales, lo cual hará por fortuna más difícil cualquier intento de control desde el Gobierno.

Y los periodistas, que soportan ya conferencias de prensa sin preguntas que son meros actos de propaganda política, harán bien en resistirse con todas sus fuerzas a cualquier intento, por sibilino que sea, de coartar la libertad de información.

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