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JOrge Dezcallar

Somos muy poca cosa

Un terremoto de magnitud 7,9 de la escala de Richter ha causado miles de muertos (la cifra sube con cada día que pasa) y de heridos en Nepal, donde las pérdidas de patrimonio cultural también han sido enormes sin necesidad de que intervinieran los bárbaros del Estado Islámico, con muchos monumentos de Katmandú designados como patrimonio de la humanidad reducidos a escombros. Pero desgraciadamente ni es la primera vez que hay en Nepal terremotos ni será la última, los expertos afirman que seísmos de este tipo se producen en la región aproximadamente cada 75 años. El más mortífero fue el de 1934 con 10.000 muertos. La culpa la tiene la India.

Hace ahora 25 millones de años que el subcontinente indio, que se desplazaba sobre la corteza terrestre, impactó con una fuerza descomunal contra Asia. El resultado del encontronazo son las montañas más altas del mundo, la cordillera del Himalaya con el Everest y otros varios otros ocho mil metros. Y la India no se ha detenido sino que sigue empujando y cada año avanza entre cinco y nueve centímetros adentrándose en Asia, que no se deja. Este rozamiento acumula tensión que se desahoga periódicamente en forma de terremotos (este último ha liberado una cantidad de energía equivalente a varias bombas nucleares) en busca de un nuevo equilibrio, siempre precario, que durará unos 75 años hasta que la acumulación de presión produzca un nuevo estallido que nos haga volver a llorar a miles de muertos más. Seguirá siendo así hasta que la India se canse y deje de empujar, que no parece probable por ahora.

Por eso es negligencia criminal que los lugares más vulnerables del mundo como Puerto Príncipe, Lima, Katmandú y otros no se preparen debidamente para los terremotos. Nepal es un país que vive en crisis política desde hace diez años, con un gobierno enfrentado a guerrilleros maoístas y con unos parlamentarios enfrascados en una reforma constitucional que les deja poco tiempo para ocuparse de terremotos porque aunque sabían que más tarde o temprano era inevitable que se produjera uno, los políticos piensan en el corto plazo y prefieren gastar el poco dinero que tienen en algo que de votos. Así que no lo hacen con la secreta esperanza de que el terremoto no les toque a ellos. Si se preocuparan, legislarían sobre las normas antiseísmo que deben reunir los edificios para no sepultar a la gente con sus cascotes cada vez que hay un temblor de tierra. Escribo desde Estambul, donde la ley es muy exigente para las nuevas construcciones y se ha hecho un esfuerzo muy grande en reforzar colegios y hospitales con ayuda del Banco Mundial. Pero hizo falta el terremoto de 1999 con sus 17.000 muertos para que se pusieran las pilas. Aun así no quiero ni pensar en lo que sucederá cuando llegue el próximo en barrios de callejas hacinadas donde las casas antiguas carecen de cimientos y se inclinan peligrosamente sobre la calle, de puro viejas. He vivido algún terremoto fuerte en mi vida y la experiencia (ruido, temblor, mareo) es muy desagradable porque le falla a uno la tierra, que es precisamente lo que damos por sentado que no debe fallarnos y eso nos rompe los esquemas.

Estas terribles desgracias son una buena ocasión para rebajarnos los humos. Podemos ir a la Luna pero no controlamos la lluvia ni sabemos predecir los terremotos, cuya brutalidad y desmesura nos recuerda nuestra propia fragilidad a lomos de un mundo que por vez primera podemos acabar destruyendo con nuestras bombas o con una irracional gestión del medio ambiente. Si hubiera una catástrofe telúrica que eliminara al ser humano del planeta, en pocos miles de años no quedaría rastro de nuestra existencia con la posible excepción de las pirámides o algún trozo de la Gran Muralla china. Y unos milenios son un parpadeo en comparación con los 4.500 millones de años que tiene nuestro planeta.

Cuando se ponen las cosas en este contexto toman una nueva perspectiva que convierte en menudencias cosas que ahora nos preocupan como son los nacionalismos. Todos. Los estados-nación son un invento moderno en cuyo nombre se han hecho, se hacen y se dicen muchas tonterías, no existían hace 500 años y dejarán de existir en un futuro próximo en un mundo cada vez más integrado y globalizado que difumina las fronteras por sensatez, como en Europa, o por milenarismo visionario, como hace el Estado Islámico. Los humanos somos una especie animal con éxito genético indudable que ha logrado dominar (en detrimento de las demás especies) un pequeño planeta en los confines de un universo que tiene billones de estrellas y trillones de planetas y hay que ser muy soberbio, muy ignorante y muy estúpido, las tres cosas, para creerse alguien. Y más estúpido aún para creerse mejor que el vecino. En el futuro África se empotrará en Europa, el Mediterráneo dejará de existir y la gente no se ahogará tratando de cruzarlo. Eso al menos habremos ganado.

Claro que a lo mejor entonces tenemos suerte y hemos logrado hacer un mundo más justo y más racional porque si seguimos como ahora es probable que ya no haya nadie para verlo mientras el sol seguirá luciendo (le queda combustible para otros 4.000 millones de años) y la Tierra continuará girando en su torno impertérrita, absolutamente indiferente a que hormigueemos o no sobre su superficie. Eso es lo que me sugiere este terremoto, una lección de humildad.

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