Diario de Mallorca

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Atasco en Tramuntana

Poco que añadir al artículo que firmó Matías Vallés al respecto el martes pasado. Aun así, la fiesta continúa desde que la sierra norte fue proclamada patrimonio de la humanidad. El resultado de semejante nombramiento es que los miembros de la humanidad han tomado por asalto la sierra. Toma, como que es patrimonio de la humanidad y la humanidad somos todos los seres humanos y homínidos, entonces podemos sin traba alguna manosearla a nuestro antojo. Hay un acuerdo casi unánime en el amor exacerbado por la naturaleza, un amor posesivo que está acogotando al ser amado y que acabará por asfixiarlo. Un amor agobiante y, al final, casi criminal. La preservación de cualquier territorio corre pareja a la ausencia masiva del hombre. Frecuentar los lugares ha acabado siendo sinónimo de desgaste y deterioro. Si el trato con los bosques es el mismo que tenemos con la Avenida Jaime III o Vía Sindicato, ambas muy concurridas, entonces estos amantes de la naturaleza, que con su amor excesivo la maltratan, no pueden quejarse si se encuentran al vecino del quinto corriendo o en bicicleta por uno de los senderos de la sierra tan estimada. Mallorca es pequeña y nos molesta toparnos con el vecino del piso de arriba o de abajo en uno de esos senderos pedregosos de la montaña. Nos molestamos mutuamente y pronto nos negaremos, con razón el saludo. ¿Otra vez por aquí? Acabaremos odiando al semejante como a nosotros mismos.

Porque lo cierto es nos quejamos de nosotros mismos. Y ahí colisionan dos actitudes que, en principio, se oponen: el derecho a disfrutar de bosques, caminos y valles y, por otro lado, la fe conservacionista que este mismo visitante exige. Nuestro espíritu puro y democrático choca de frente con nuestro deseo oculto y nunca confesado de elitismo. Y aquí el ecologista de izquierdas se percata de que, por un lado exige lo mismo que el propietario de las fincas, un cuidado y un respeto por el medio ambiente y, por otro lado, su espíritu colectivista tira hacia el lado contrario: el derecho de todo ciudadano a visitar uno de los parajes más bellos y emblemáticos de la isla, y ya nos estamos poniendo insoportablemente cursis. Su deseo inconfesado de elitismo junto con su obligación moral de falso demócrata de barra libre, torturan a ese ser cargado de buenas intenciones. Su conciencia malvive entre dos extremos.

No hay que olvidar que gracias a muchos de los dueños de estas fincas, la sierra ha aguantado el tipo hasta que las hordas han irrumpido con todo su amor desaforado por la naturaleza. Hay bondades que matan, sobre todo si estos seres tan bondadosos y puros se ponen de acuerdo y coinciden todos de camino al Teix, Tomir o cualquier pico mallorquín que se ponga y, nunca mejor dicho, a tiro. Una juerga en todo lo alto, una reunión de vecinos en uno de los parajes más? y no sigo ya que la cursilería quiere volver por sus fueros.

Eso en cuanto a bosques y senderos. Para llegar a esos lugares cada vez menos recónditos y virgilianos, hay que meterse en un coche y embocar la carretera. En el acto, comprobaremos que las carreteras están atestadas de más turismos y miembros de la humanidad en bicicleta, porque a alguien se le ocurrió la brillante idea de vender Mallorca como un destino ideal para los cicloturistas. De nuevo, otro colapso. Incluso ha habido casos de cicloturistas que han impactado entre sí, tal es el grado infumable de masificación. Llegará el día en que estos cicloturistas que no contaminan acabarán por guerrear entre sí. La conjunción de cicloturistas, senderistas, autobuses, turismos y motoristas que quieren imitar a los ángeles del infierno, está convirtiendo la carretera hacia Tramuntana en un auténtico Scalextric de la ansiedad. Un peligro de muerte constante. Tras la medalla que se colgaron las instituciones, ahora toca el turno se trabajar y hablar menos. Los miembros de la humanidad, a pesar de creerse con todo el derecho del mundo a pisotear la Serra de Tramuntana, puesto que les han convencido de que es su patrimonio, tendrán algún día que cuidar de ella. En fin, adecentarla. O, dicho de otro y como apuntaba el otro día el vecino del ático en estas mismas páginas: si la quieren conservar, dejen de pisarla. Una opción radical, pero es que la situación, queridos amantes celosos y posesivos de la naturaleza, es suficientemente extrema como para no tomar medidas radicales. Eso si no queremos cambiar un atasco en la Vía Cintura por otro a la entrada de cualquier pueblo encantador de Tramuntana. Eso sí, un atasco con mejores vistas, dónde vamos a parar.

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