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Rock de la troika en Atenas

Al cabo de mes y medio de bravuconadas, desplantes y gestos de gran torería, el Gobierno de Grecia solo puede presentar un éxito de orden nominal y vagamente rockero en su negociación con los prestamistas. Ha acabado con la troika, por más que, misteriosamente, sigatratando con ella.

Desesperados por cobrar, los acreedores han aceptado que no se llame troika, sino "instituciones" al dispar trío formado por la Unión Europea, el Banco Central Europeo (BCE) y el Fondo Monetario Internacional. El cambio de nombre, que no de sustancia, recuerda al de Prince cuando decidió comparecer en los escenarios bajo el título de "el artista antes conocido como Prince". Del mismo modo, Alexis Tsipras y su estiloso ministro Varufakis han logrado que en los periódicos se hable de "las instituciones antes llamadas troika". Un triunfo como para ser cantado.

En todos los demás asuntos que acongojan a los griegos, a la UE y a las bolsas europeas, no se ha producido novedad alguna. Cautivo de sus propias promesas electorales, el Gobierno neocomunista de Syriza no puede aceptar el menú de recortes exigido por los prestamistas, so pena de que se le soliviantenlas masas. Pero aún sería peor si, por dar gusto a sus votantes, insistiese en aplicar su programa. En tal caso se quedaría sin dinero para pagar las nóminas de los empleados públicos, las pensiones y en general, las necesidades básicas de su país.

Insensible a ese dilema, el jefe del BCE, Mario Draghi acaba de urgir al Gobierno de Atenas para que se avenga cuanto antes a razones. Draghi, al que el otro día regó de confeti una moza de ágil musculatura y magnífica estampa, se ha recuperado ya de ese susto; pero no de la aprensión ante una quiebra de Grecia que traería quizá como secuela su salida de la zona euro.

Comparten tal pesimismo el ministro británico de Economía, George Osborne, quien no duda en definir a Grecia como la mayor preocupación para la economía mundial; y, sobre todo, su colega de Estados Unidos, Jack Lew, que esos días de ahí atrás urgió a Tsipras a presentar ya un plan detallado de reformas. "No hay tiempo que perder", advirtió ominosamente el encargado de asuntos del Tesoro de Obama.

No es para menos. Nadie sabe el dinero que pueda quedar, junto a las telarañas, en las arcas públicas de Grecia; pero la hipótesis más optimista sugiere que los fondos se agotarán antes de que llegue el verano. Si no se produjese de aquí a entonces un acuerdo con las instituciones antes llamadas troika, sería más bien improbable que los acreedores librasen a Atenas una nueva partida financiera para ir tirando. Dado el caso, la suspensión de pagos y la subsiguiente exclusión de Grecia del euro serían el corolario lógico de la situación.

Ni a Grecia ni a la UE como sugiere la última reacción de las Bolsas les interesa en modo alguno ese desenlace, que comprometería la credibilidad del euro y, desde luego, habría de acarrear onerosas consecuencias para los griegos. De ahí que se plantee ya, como último y desesperado recurso, la vuelta al dracma en las transacciones internas del país y el mantenimiento del euro como divisa para pagos internacionales. Algo así como la cuadratura del círculo, difícil de lograr incluso en naciones que tanto aportaron a la geometría como Grecia. Pese a todo, los líderes de Syriza siguen empeñados en bailarle un rock de Prince a la troika. Que Zeus nos coja confesados.

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