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Matías Vallés

Al Azar

Matías Vallés

El libro para quien lo trabaje

Es fácil convencer a las personas que no leen de que el libro es un artefacto maravilloso, estamos predispuestos a creer que en Marte viviríamos mejor. El problema está en persuadir, a quienes incurren todavía en el vicio lector, de que no están equivocados. Censuramos ferozmente los productos audiovisuales sin dejar de consumirlos, respetamos religiosamente a la literatura que hemos desahuciado. Ni criticar ni practicar. El libro no se enfrenta a su desaparición, sino a su desinterés.

Cada vez se escriben más libros enfocados a demostrar que el libro constituye un vehículo excepcional. Si aceptamos su diseño inmejorable y su inequívoco fracaso contemporáneo, habrá que señalar a unos autores que no dan la talla. El éxito literario debe ser para quien lo trabaje. El asombro que todavía suscitan obras cimeras de este milenio como Las benévolas, Harry Quebert, Limonov, Victus, El tiempo es un canalla, El huérfano, La hija del este, El ruido eterno o Nos vemos allá arriba se debe en buena parte a la ingente labor invertida en construcciones por encima de las hazañas de la ingeniería. Son fenomenales excepciones, porque los escritores leen menos que antes. Paradójicamente, también tienen menos tiempo para escribir, desde que trabajan gratis para Twitter.

El libro no ha dejado de ser moderno, también ha dejado de ser antiguo. De ahí que no se registre una sequía de nuevas vocaciones, sino una deserción masiva de lectores irreprensibles. La frivolidad de atribuir el declive a videojuegos o teleseries ofende a los cánones estéticos menos exigentes, repase de nuevo la lista antes referida. Se llaman obras maestras porque solo acceden a ellas los maestros. El disfrute de los libros siempre será minoritario, pero el entreguismo actual equivale a dictaminar el entierro de la condición humana. Editores, críticos y demás industriales tienen la culpa de que los títulos indignos superen a los legibles, aunque se venden al mismo precio. En contra de la sensación que transmite la producción editorial, escribir es difícil. Más incluso que leer, y ya cuesta.

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