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Eduardo Jordà

Las siete esquinas

Eduardo Jordá

Lo normal

No sé si Mariano Rajoy se da cuenta de que su apelación al voto de la gente normal es muy arriesgada. Ante todo, porque ha pedido el voto de "los seres humanos normales", como él mismo dijo no sé dónde, y cuando un político pide algo así, uno se plantea la inquietante posibilidad de que alguna vez haya recibido el voto mayoritario de los seres humanos anormales, sean quienes sean o hayan hecho lo que hayan hecho. Pero sobre todo esa apelación a la normalidad resulta extraña porque es imposible saber qué es una persona normal y quién decide qué es normal y qué no lo es. A primera vista todos somos normales, pero si se pudiera averiguar lo que soñamos o deseamos, o lo que alguna vez hemos deseado hacer, o incluso lo que hemos llegado a hacer aunque nadie más sepa que lo hemos hecho, nadie o casi nadie podría ser considerado normal. Empezando por el mismo Mariano Rajoy, por supuesto, y terminando en cada uno de nosotros. Hace muchos años, después de remontar el río Congo en un barco que se llamaba Roi des Belges, Joseph Conrad escribió que lo único que garantizaba nuestra existencia de personas normales era que viviéramos en un lugar donde hubiera un carnicero en una esquina de la calle y un policía en la otra, porque si no era así y nadie nos vigilaba ni nos imponía una determinada forma de conducta, nadie podía saber cómo iba a comportarse ni qué iba a hacer con su vida (y el caso del terrible señor Kurtz había sido posible por haber vivido demasiado tiempo en un lugar donde no había policías ni carniceros, aunque sí caníbales y traficantes de marfil). Y el mismo Conrad, que parecía una persona muy normal y respetable, se pegó un tiro en el pecho cuando era joven porque había contraído demasiadas deudas de juego, aunque logró salvarse de la herida y luego su tío le pagó las deudas. ¿Era una persona normal cuando hizo lo que hizo? ¿O hubiera sido más normal pegarse un tiro en la cabeza en vez de pegárselo en el pecho? Nadie lo sabe.

Digo esto porque la normalidad es un concepto que es casi imposible de definir. Y si ser normal es hacer lo que hace mucha gente o hacen muchos de tus amigos y conocidos, hay mucha gente normal entre los yihadistas que combaten en Siria o entre los sicarios de los carteles mexicanos de la droga, y quizá lo anormal sea oponerse a ellos o negarse a hacer lo que ellos hacen. No olvidemos que Günter Grass, que acaba de morir, reconoció que cuando era joven, en los años 30 del siglo pasado, lo más normal en su país, Alemania, era dejarse seducir por el discurso incendiario y diabólico de Adolf Hitler, ya que "creer en él no cansaba, era muy fácil". El mismo Grass acabó alistándose durante unos pocos meses en una unidad de tanquistas de las Waffen SS, y si nos atenemos a su caso, hay que concluir que hubo millones de personas normales que hicieron o pensaron lo mismo que él, por contraste con el mínimo grupo de personas estudiantes cristianos, unos pocos sindicalistas, unos pocos testigos de Jehová que no quisieron dejarse seducir por el discurso de Hitler e hicieron todo lo posible por combatirlo. Ahora pensamos o más bien queremos pensar que los normales fueron los que se opusieron a Hitler, pero la triste realidad es la inversa: no fueron los normales, sino los anormales, los que se negaron a dejarse arrastrar por la facilidad seductora del discurso de Hitler. Y los anormales fueron muy pocos, poquísimos.

Si se reflexiona un poco sobre estas cosas, es difícil saber qué clase de normalidad tiene Rajoy en la cabeza o en qué términos la concibe. Porque si uno se siente estafado por una situación económica que no es tan buena como se nos quiere hacer creer, y vive angustiado por su trabajo o por su sueldo cada vez más precario, lo normal no es votar encantado a Mariano Rajoy, sino buscar una alternativa que no consista en su misma política ni en sus mismas ideas. Aunque pudiera ser que actuar así no sea de personas normales, sino de seres humanos anormales o incluso patológicamente anormales, y lo normal sea que unos ciudadanos maltratados y desconfiados y cansados y aburridos voten con entusiasmo a quien no ha hecho casi nada por evitar el maltrato ni la desconfianza. Puede ser. Pero entonces, ¿quiénes son los normales y quiénes los anormales? Misterio absoluto.

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