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Eduardo Jordà

Maestros

Nos guste o no, vivimos un tiempo que desprecia la complejidad y que huye de las grandes formulaciones intelectuales. Muchos profesores universitarios no se atreven a exigirles a sus alumnos que lean libros „aunque la lectura sea la única herramienta genuina del conocimiento„, porque temen ser considerados caducos o retrógrados, o quizá cosas mucho peores. Y por la misma razón, los "expertos" educativos se empeñan en asegurar que un buen profesor no es el que enseña inglés o matemáticas, sino el que ayuda al alumno a "aprender a aprender" inglés o matemáticas, que es algo muy distinto. Y siguiendo esta tendencia que favorece lo fácil y descree de lo difícil, mucha gente escucha música a picotazos, bajando canciones al tuntún de Spotify o de donde sea, sin saber a qué época pertenecen ni quién las cantó o las compuso. Y por raro que parezca, también hay muchos escritores así: gente que desdeña la tradición y que se jacta de leer muy poco o de no leer nada, aunque luego se pongan muy gallitos porque han escrito veinte o treinta libros.

Por fortuna esto no ocurre en el ámbito de la investigación científica „el único en el que hoy en día podemos fiarnos„, pero sí ocurre en casi todos los demás. Y todo lo que suene a tradición o a aprendizaje dificultoso se considera una aburrida pérdida de tiempo, o peor aún, una imposición intolerable que está atentando contra nuestros derechos más elementales. Por eso se desconfía de todo lo que tenga que ver con la "auctoritas" o con el respeto debido a quien sabe más que otro. Y eso explica que haya muchos padres que se niegan a colaborar con los profesores de sus hijos, y que se creen a pies juntillas todas las críticas que les cuentan sus hijos sobre sus profesores „por disparatadas que sean„, pero en cambio no aceptan ninguna de las leves críticas que puedan hacer los profesores a sus hijos, porque sus hijos son intocables y nadie tiene derecho a decirles que han hecho algo mal. Y así llegamos, en el campo de la economía, a los "brokers" financieros que han sustituido a los antiguos banqueros que sabían administrar con prudencia el dinero de sus ahorradores, así que ahora, como diría Woody Guthrie en aquella canción que le dedicó al ladrón de bancos Pretty Boyd Floyd, "unos te roban con un revólver y otros te roban con una estilográfica". Y en España, reconozcámoslo, abundan más los robos a punta de estilográfica.

Hace poco, un amigo me recomendó leer el discurso de Bob Dylan. "¿Qué discurso?", pregunté. "El último que ha dado, no sé dónde. Búscalo. Vale la pena". Hice caso a mi amigo y me puse a buscar aquel discurso de Dylan del que no había oído hablar. Y como ahora es muy fácil buscar las cosas en internet „como saben los usuarios de Spotify y como creen saber los pedagogos que desdeñan los conocimientos teóricos„, a los dos minutos ya tenía el discurso en el ordenador. Rolling Stone lo había colgado en su edición digital el mismo día en que Dylan lo dio, en Los Ángeles, hace ahora tres semanas, en la gala de los Grammy, cuando recibió un premio honorífico por sus canciones, y además el mismo Dylan lo tenía colgado en su página web. Todo muy sencillo, sí. Tal vez demasiado sencillo.

Y de eso iba el discurso de Dylan, que era una charla larga y densa y no una típica nota de agradecimiento redactada a toda prisa. Porque Dylan contaba que sus canciones no habían surgido de la nada, sin esfuerzo ni aprendizaje, sino que procedían de una larga tradición que se remontaba hasta "los misterios religiosos que veía Shakespeare cuando se hacía viejo". Y Dylan hablaba de los músicos que le habían enseñado todo lo que sabía, y también de los productores y editores que apostaron por él y le dieron ánimos cuando más falta le hacía sentirlos. Y hablaba con emoción de sus maestros, a los rendía tributo como tales, desde Johnny Cash y Woody Guthrie hasta Nina Simone y Hank Williams y tantos y tantos más. Y así seguía hasta llegar al final, en el que se despedía con una cita „una vez más„ de Hank Williams. Y en este mundo obsesionado por lo liviano y fragmentario, donde nadie parece interesado en el continuum de la tradición que se remonta "hasta los misterios religiosos que veía Shakespeare", estas palabras de Dylan sólo vienen a decir una cosa: necesitamos maestros. Es más, no somos nada sin los maestros. Y más aún, debemos desconfiar de quienes nos dicen que podemos vivir sin maestros. Mil gracias, señor Dylan.

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