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Antonio Papell

Debate fin de ciclo

El debate de ayer, último de la legislatura, estaba contaminado por dos factores que han resultado ser determinantes: por una parte, se ha celebrado a menos de un mes de las primeras elecciones de un proceso de cinco consultas que desembocará en las elecciones generales que tendrán lugar antes de fin de año. Por otra parte, los protagonistas principales han sido, como habitualmente desde los años ochenta, el PP y PSOE, sin que pudieran participar en él los que también serán, según todos los pronósticos, actores relevantes del futuro, 'Podemos' y 'Ciudadanos'. Ambos elementos han marcado el decorado de la liturgia, que se ha desarrollado en un ambiente muy enrarecido.

Rajoy ha desarrollado una tesis claramente electoralista que, aunque basada en la innegable recuperación económica que ya nadie discute, ha desbordado los límites de la prudencia: según el presidente del Gobierno, los recortes impuestos desde su llegada al poder a finales de 2011, aceptados patrióticamente por los ciudadanos, han conseguido el portento de superar el gran bache, gracias también a la decisión magistral de no solicitar el rescate cuando había fuertes presiones que lo reclamaban provenientes de distintos sectores de opinión. Ahora -según esta ilación argumental- nos encontramos ya fuera del pozo pero no está todo conseguido todavía, y cualquier vacilación podría devolvernos a las tinieblas de las que venimos. En consecuencia, si los electores no mantuvieran en el futuro a los taumaturgos que han obrado el prodigio, cometerían una gran sinrazón. El razonamiento, sea sincero o no en su elaboración, resulta muy obvio y es difícil que, por sí solo, resulte operativo.

Pedro Sánchez, con una soltura y una solvencia inesperadas, ha hecho una crítica acerba de la acción gubernamental, primero, y ha plantado cara con inteligencia al presidente del Gobierno, después, cuando éste ha intentado ningunearlo valiéndose de su innegable oficio como parlamentario avezado. El dibujo de la realidad que ha esbozado el secretario general del PSOE ha sido, evidentemente, una caricatura, pero éste es el papel de la oposición: agrandar las contradicciones del poder, sacar a la luz aquello que todo poder se empeña en ocultar. Y es patente que la inflexión económica, con la entrada en positivo de los grandes indicadores, no ha resuelto el tremendo drama humano provocado por una doble recesión que ha dejado unas tasas insoportables de desempleo, de desigualdad, de precariedad laboral, de inseguridad en una palabra. A este discurso, Rajoy no ha tenido otra ocurrencia que exprimir el método del 'y tú más', que tanto hastía a la opinión pública y que abona objetivamente las tesis mantenidas por 'Podemos', el referente innombrable del debate.

El cara a cara ha sido en esta ocasión agraz y poco constructivo: ha presentado a un Rajoy correoso y arrogante, en absoluto dispuesto a encajar las críticas, que ha terminado perdiendo los estribos al verse confrontado con el 'caso Bárcenas', sin duda el episodio de corrupción más serio de todo el trayecto democrático español, de manera que el debate ha terminado deslizándose hacia los parajes inconvenientes de la afrenta personal. No es la manera más cabal de combatir la desafección y de recuperar el aprecio de la ciudadanía.

Pedro Sánchez se examinaba en el debate de ayer de varias asignaturas, y una de ellas era la de su propio liderazgo en el seno de su partido. Y aunque las valoraciones que ahora se hagan contienen siempre elementos subjetivos, todo indica que ha aprobado con buena nota esta delicada materia. Ha dado muestras suficientes de conocerse la asignatura, de tener solidez bastante para defenderla en campo contrario, de plantar cara al antagonista con elegancia y contundencia a la vez. Nada está escrito porque la política actual es muy volátil y está llena de trampas para elefantes, pero todo indica que Sánchez ha dado un paso más hacia su consolidación al frente del PSOE, en pos de una de las dos plazas de cabeza en las competiciones que se avecinan.

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