Hay fenómenos y fenómenos. Está el fenómeno Podemos, que le está amargando los brotes verdes al empresariado español, a Mariano Rajoy y a sus amigos del pádel bipartidista del PSOE, a los senadores de ideología vaga y a los tertulianos oficiales. De él dicen que es un soufflé que se vendrá abajo en cuanto abandone el horno. Y está el fenómeno Mariló Montero, la presentadora de televisión que cogió el relevo de las meteduras de pata de la entrañable Carmen Sevilla. Desde luego, me quedo con la bella actriz de La fierecilla domada, que pedía perdón por sus equivocaciones, sufría por ellas y no escribió ningún libro. Mariló en cambio se ha envalentonado y ha propinado al mundo El corazón de las mujeres no tiene reglas, un volumen en el que explica el universo femenino. A quien lo compre y tenga los bemoles de leérselo, claro, para el resto seguiremos siendo un feliz misterio la autora y sus congéneres. Mariló es un fenómeno tan inconcebible como el fenómeno del trasero de Kim Kardashian, que tiene fascinado al planeta por el mero hecho de ser grande. Un culo es un culo y sirve para lo que sirve, aunque las revistas más campanudas le dediquen reportajes a los cuidados que le prodiga su dueña, y los fotógrafos que tienen barra libre en algunos museos públicos lo pinten de purpurina, lo envuelvan con un lazo y nos vendan el resultado cuan warhol del siglo XXI. Y Mariló es Mariló, maja de España y mujer renacentista que explica por sí sola el declive y previsible extinción de la televisión pública. De momento, ni la polifacética ni las nalgas de la otra amenazan con desplomarse como un soufflé.

Los fenómenos Mariló y culo de Kardashian no explican nuestros malos resultados escolares en el informe PISA, ni la fuga de cerebros científicos de España, ni el hundimiento de las industrias culturales nacionales, ni la corrupción masiva, aunque alguna pista dan. Ellas son gentes de bien, me atrevería a pronosticar que si el ministro Wert entregase a cualquiera de las dos un Premio Nacional no lo rechazarían como esos ingratos creadores catalanes Jordi Savall y Colita. No se les puede culpar de que la gente esté hasta la coronilla y le entren ganas de votar a Podemos el domingo que viene mismo, al menos no a la celebridad norteamericana de origen armenio. A la navarra chulita que presume de ser trending topic en las redes sociales con sus ocurrencias y patadas a los diccionarios y a las enciclopedias un poco sí. Porque se lleva un sueldo público y debe acreditar algo de cerebro y buena voluntad. Cosa que no hace. Ella misma le dijo a la revista ¡Hola! que no se siente respetada, y que se le trata de metepatas e inculta. "Soy muy libre, digo lo que pienso, sea verdad o no". Toma filosofía. La cuestión es que dirige el programa matinal de un servicio estatal, y no se limita a no decir la verdad en cuestiones como el rebozado de las croquetas, las operaciones de próstata o el culo de Kim Kardashian. Ella se lía la manta a la cabeza y defiende a la ministra de Sanidad Ana Mato contra la auxiliar contagiada de ébola, le saca la cara a Esperanza Aguirre contra los machistas que la multaban por aparcar en lugar prohibido, y ahora dice respecto al programa de Podemos que es ambiguo, y que a los desahuciados no se les debe dar "dinero como a los negritos, sino enseñarles a labrar la tierra". Tonterías con fondo de propaganda. Ciertamente, no hay que minusvalorarla. Ha cogido el testigo de Carmen Sevilla porque confunde el Nilo con el Miño, pero también el de la musa de la derecha Norma Duval, quien al menos se limitaba a bailar. Y todo ello, con cargo a los presupuestos generales.