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El objetivo es el 2%

Hitler llegó al poder de la mano de la deflación. El episodio de la hiperinflación alemana, al que se alude con frecuencia como causa fundamental de la llegada de los nazis al poder se desarrolló en los años veinte, y fue provocado por la avidez de los vencedores de la Primera Guerra Mundial, al exigir a Alemania el pago urgente de las reparaciones de guerra muy por encima de lo que la economía germánica podía producir. Los aliados vaciaron los depósitos de oro alemanes y con ello dejaron al marco sin valor. Pero tras el hundimiento de la divisa llegó la reestructuración monetaria y la creación de un marco nuevo y estable, aunque por el camino se hubieran destruido los ahorros nominados en la vieja moneda. El nuevo marco fue establecido en 1923. Aunque la herida psicológica de la hiperinflación quedó gradaba a fuego en la memoria nacional, lo que finalmente disparó el malestar social que facilitó el ascenso de Hitler fue la caída general de la actividad económica asociada a la deflación, que se tradujo en una caída de los precios superior al 30% en los cuatro años que precedieron a la llegada de los nacionalsocialistas al gobierno. La deflación, por tanto, puede ser tan letal para la estabilidad de los países y de las sociedades como la inflación, y si la primera destruye ahorros e incluso propicia la vuelta al intercambio en especies, la segunda hunde el consumo y provoca el cierre de las fábricas y el paro masivo, o al menos esta fue la experiencia alemana a principio de los años treinta. Por ello no nos debe extrañar que el mandato del Banco Central Europeo no sea tan solo mantener los precios estables e impedir que la inflación de desboque, sino trabajar para que permanezca tan solo un poco por debajo del 2%. Y un poco por debajo significa unas centésimas por debajo, tal vez alguna décima, pero en ningún caso un punto y medio o más por debajo, y menos todavía en guarismos negativos. La llamada «desinflación» -tipos positivos rayando el cero-, como la deflación, frenan el dinamismo económico y convierten en inútil la rebaja del precio del dinero como reactivo. Si la inflación es la fiebre de un organismo recalentado, la deflación es la hipotermia del organismo que detiene sus funciones vitales. Hay en Europa capacidad suficiente de producción de riqueza para responder a acciones de estímulo del BCE mucho más decididas que las emprendidas hasta ahora sin generar niveles de inflación peligrosos. Es el momento de que Draghi pase de las palabras a los hechos, aunque a Alemania le duela perder la situación de ventaja intracontinental que le produce la agonía del Sur. A la larga tampoco le conviene que se descompongan los bajos de un buque que también es el suyo.

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