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El milagro laico

Una adolescencia en el infierno, un capítulo pasado pero muy presente, una carta a la desesperada que apuntaba a lo más alto, una contestación inesperada, una visita a la Policía, cuatro detenidos y algunos otros que hoy no dormirán tranquilos. Fin de la impunidad. Esta es la historia. En sus orígenes, parecida a muchas relacionadas con la pederastia; en su primer desenlace, inédita y esperanzadora. Casi novelesca.

Estar en su coche, parado en un atasco, que suene el teléfono y que al otro lado del móvil aparezca el Papa Francisco ("Buenas tardes, hijo, soy el padre Jorge") podría ser entendido como un milagro que para el joven granadino que denunció por carta dirigida al Vaticano los abusos sexuales continuados que le infligieron durante años varios sacerdotes de su modesta parroquia, no compensa los sufrimientos pero quizá reavive un sentimiento tan poco cristiano como es el de la venganza. Comprensible.

El milagro laico tiene más que ver con un cambio rotundo en la política de la Iglesia, callada cuando no cómplice durante mucho tiempo, y hoy decidida a poner coto a tanta vergüenza. Aire fresco.

A los presuntos pederastas se les reconoce en Granada como el "clan de los Romanones", apodo que pone en guardia. Sus inclinaciones se presuponían como en muchos lugares de España se presuponen estas cosas: con sordina y un vale más no "meneallo".

Estamos ante sucesos que tienen una trascendencia que rebasa lo local. El arzobispo de la diócesis, Francisco Javier Martínez, se postró el domingo ante el altar de la catedral granadina en un gesto de petición de perdón que se agradece pero que quizá llegue fuera de hora. A la víctima, supernumerario del Opus Dei, le toca ahora poner voz y cara de otras víctimas sumidas en el silencio. Las hubo, dice, y muchas. Él habló, el Papa habló, la Policía habla. Por higiene y por decencia.

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