El gran sociólogo francés Alain Touraine, con ocasión de una entrevista que me concedió en los años noventa, me recalcó la idea de que, en los tiempos que habían de venir, lo verdaderamente importante no sería tanto estar arriba o abajo en la escala social sino encontrarse dentro o fuera del sistema. Aquel estudioso de los movimientos sociales pensaba que en nuestras sociedades opulentas se iría formando una gran clase media dominante, a extramuros de la cual existiría una minoría desintegrada, en situación de grave necesidad. Su pronóstico se ha cumplido a medias puesto que, con la crisis mediante, los desintegrados son hoy legión en nuestro país: cerca de seis millones de ciudadanos no disponen del principal elemento de integración social: un empleo.

En coherencia con tal dibujo, los grandes partidos que se han turnado al frente del gobierno han sido formaciones centristas. PP y PSOE llegaron a representar el 84% de los votos en las elecciones generales de 2008. Y sin embargo, la doble recesión que hemos padecido ha destrozado aquel oasis ideológico pensado para una sociedad adormecida y sin problemas existenciales. En las pasadas elecciones europeas, PP y PSOE ya sólo sumaron el 49,06%. Y emergió con fuerza una nueva opción ideológica claramente excéntrica „es decir, alejada del centro ideológico„: Podemos.

En el modelo bipartidista que „parece„ va a periclitar, Izquierda Unida jugó un papel variable. Entre 2000 y 2008, con Gaspar Llamazares como coordinador general, lU fue una formación reformista plenamente integrada, no muy alejada del PSOE (la cercanía fue tan evidente que Llamazares se encontró dirigiendo un grupo de sólo dos diputados, incluido él mismo). Desde 2008, ya con Cayo Lara al frente, la formación ha girado a babor, aunque sin abandonar las apacibles bahías del sistema.

El cambio de situación social „la irrupción de una gran fractura provocada por el insoportable desempleo y por un incremento objetivo y mensurable de la desigualdad„ ha auspiciado como se ha dicho el surgimiento y el afianzamiento de Podemos, que surge como fuerza antisistema, es decir, como organización dispuesta a alterar el statu quo, a reemplazar esta Constitución por otra, a finiquitar el régimen de 78. Frente a la gran disyuntiva derecha-izquierda, PP-PSOE, que presidía el modelo parlamentario, ahora se plantea el binomio reforma-revolución, es decir, un dilema entre el régimen del 78 reformado y un régimen de nueva planta surgido de un proceso constituyente.

En este esquema, al PSOE le corresponde jugar el papel de izquierda reformista, regeneracionista, decidida a sanear a fondo el régimen del 78. Y a Podemos, el de izquierda radical, dispuesta a edificar una nueva república, a poner en entredicho la inserción de España en la Unión Europea y en las instituciones occidentales, a revisar en definitiva todo el modelo vigente. Esta polarización arrasará probablemente las bisagras y las minorías, de forma que UPyD quedaría reducida a su mínima expresión e IU „ya de la mano de Garzón, cercano a Pablo Iglesias„ terminará seguramente en brazos de la nueva formación. En cuanto al Partido Popular, conservaría el monopolio de su espacio de estribor, aunque corroído por una abstención que sería la respuesta a una corrupción que ha sobrepasado todos los límites de lo digerible.

Si este esquema progresa, las elecciones pueden consagrar un mapa insólito formado por tres fuerzas significativas, susceptibles de entrar en una coalición de gobierno: PP, PSOE y Podemos. Aunque las distintas combinaciones ya no provendrán tanto de las viejas afinidades ideológicas cuanto de la necesidad de actualizar el régimen, bien mediante la reforma constitucional, bien de manera más expeditiva.