En el París ocupado se reunían un grupo de oficiales y altos mandos alemanes alrededor del gobernador militar de la ciudad y jefe de las tropas en Francia, el general Von Stülpnagel. Uno de aquellos oficiales era el escritor Ernst Jünger y en sus diarios deja constancia de varias de aquellas reuniones y conversaciones. Todos eran hombres ilustrados, amantes de la cultura francesa y poseedores de esa virtud antigua que es el sentido del honor. No hablo de orgullo, amor propio o vanidad, sino de honor. Todos eran miembros de la Wehrmacht y no había entre ellos ni un solo militante nazi ni, por supuesto, nadie de las SS. Jünger los llamaba el grupo de los rafaelitas, por el Hotel Raphael de París. En aquellas sesiones se hablaba mal de Hitler „Kniébolo en los diarios de Jünger„ y se desconfiaba profundamente de sus fieles.

Cuando otros oficiales y algunos generales organizaron el atentado contra Hitler, el coronel Von Stauffenberg fue su ejecutor material y su cabeza visible, pero la ristra de conjurados y represaliados fue larga. Entre ellos figuraba el general Von Stülpnagel „hasta entonces protector de Jünger, por quien sentía gran estima„, que fue cesado de su puesto en París, convocado en Berlín y colgado „junto a toda su familia„ de un gancho de carnicero. A otros los colgaron con cuerdas de piano. Nada excitaba más a los miembros de la Gestapo y de las SS que el hecho de que sus víctimas y compatriotas fueran de antigua estirpe militar, aristócratas, o personas de alta cultura.

El general Von Stülpnagel fue sustituido en París por el general Von Choltitz, que había participado en la campaña rusa y, se dice, cumplido la orden de asesinar a los judíos de Sebastopol. Ambos generales habían hecho la campaña rusa y a ese frente había sido destinado también el escritor „entonces capitán de Infantería„ Ernst Jünger, que más tarde regresaría a París y sería relevado de su puesto durante los días del asalto aliado. Los mismos días de la soledad de Von Choltitz ante el dilema de destruir París „como le había sido ordenado por Hitler„ o desobedecer.

Esta semana se proyectaba en Palma Diplomacia, de Volker Schlöndorff, que trata, precisamente de esos días y, sobre todo, del dilema de Von Choltitz. De Volker Schlöndorff, había visto dos películas: una en un luminoso blanco y negro, El joven Törless, basada en Las tribulaciones del joven Törless de Thomas Mann, y otra en color „un color como de jardín lleno de flores distintas„, El amor de Swann, basada en Un amor de Swann, fragmento de En busca del tiempo perdido, de Proust. En ésta, una sensual y radiante Ornella Mutti era Odette de Crécy y la mil veces amada Fanny Ardant, la duquesa de Guermantes. Ambas estaban maravillosas.

No voy a contarles Diplomacia, o la otra cara de ¿Arde París? Transcurre en una habitación del Hotel Meurice „hotel donde se hospedaban Alfonso XIII, Eduardo VIII y Salvador Dalí, y en el que Cambó instaló, durante la Guerra Civil española, su cuartel general de propaganda y oficina de recepción del dinero catalán en favor de Franco„ y está basada en la obra de teatro del mismo título, de Cyril Gély. Decir que aunque sólo sea por la más que extraordinaria actuación del actor que representa al general Von Choltitz „Niels Arestrup (antes de ver Diplomacia no tenía ni idea de quien era)„ vale la pena ir a verla. Impresionante.

Pero sí voy a contar la conexión mallorquina. Ernst Jünger estuvo en Pollença antes de que empezara la guerra. Guardo una fotografía de él con su hijo Ernstel „que moriría en un batallón de castigo en el frente italiano„, ambos en albornoz y junto al mar, en algún lugar de la bahía de Pollença. Fue en 1931 y Jünger, cómo no, se fijó en unos escarabajos que desconocía. Pero voy al gran protagonista de Diplomacia, el general Von Choltitz. También pasó por Mallorca a finales de los cincuenta, principios de los sesenta. Se alojaba en el Hotel Artista de Valldemossa. Me lo contó hace muchos años Rafel Estaràs „En Rafel Raüll o Rafel dels Valldemossa„ y tengo un recuerdo soñado, si puede llamarse así, de haber visto a Von Choltitz con su mujer en el Café Alhambra „lo cuento en mi libro En la ciudad sumergida„, mientras en otra mesa Llorenç Villalonga charlaba con Jaume Vidal Alcover, Guillermo Sureda Molina, Llorenç Moyà y un joven Baltasar Porcel.

Von Choltitz moriría veinte años después de aquel día en que no destruyó París, tal como le había sido ordenado. Ojalá „si lo que se dice en Diplomacia es cierto„ hubiera hecho lo mismo en Sebastopol: desobedecer. Ernst Jünger, por su parte, acabaría viviendo más de media vida en la casa del guardabosques del castillo de los Von Stauffenberg, en Wilflingen. Moriría muchísimos años después. Tenía 104.