Parecidas consideraciones podrían hacerse respecto a otras dedicaciones intensivas, pero se me antoja que ésta, por el obsesivo empeño que suele llevar aparejada, es un ejemplo adecuado para interrogarse sobre cómo debe pasarlo la pareja y qué es lo que justifica, pese a todo, su permanencia en ese perímetro.

Quien se dé por aludido dirá que es el amor y otras compensaciones sin cuento. Todo lo demás será su problema „el mío„, pero esperen antes de poner a parir al mensajero, porque se trata de una reflexión impersonal „¡faltaría más!„ sin concreción alguna, de modo que nadie se rebote ni haga inferencias gratuitas. Es sólo que llama la atención el cómo puede asumirse „casi un problema metafísico„ atisbar el cogote del compañero/a (la cuestión es extensiva a ambos géneros, así que me dejaré ya del "o/a") de cuatro a nueve día tras día, o cada mañana durante años y sin hacer ruido por si acaso el creador está en plena inspiración; de puntillas en horario estricto y transformando la convivencia, el matrimonio en su caso, en una "institución narrativa".

El letraherido lo tiene claro: la soledad buscada no se llama soledad, sólo cabe la elección entre soledad o vulgaridad, como afirmaba Schopenhauer (por cierto: ¡menudo elemento!: la alegría de la huerta) o nunca estoy solo sino conmigo mismo (Octavio Paz). Pero, ¿y el otro? Porque si para uno el dilema de escribir o vivir no es tal, o lo ha resuelto apostando definitivamente por aposentar el culo en espera de las musas, la pareja tal vez grite mes tras mes, y en silencio por no estorbar, lo de Quevedo: "¡Ah de la vida! ¿Nadie me responde?".

Y bueno, que el de las nalgas reposadas (aunque los haya que escriben de pie) se quede tan ancho con eso de que el único modo de soportar la existencia es revolcarse en la literatura como en una orgía perpetua, puede que no convenza a quien va de aquí para allá; sin agente ni editorial en la cabeza porque la tiene ocupada con la recurrente idea de que, seguramente, pudiera haber otros revolcones más placenteros que esos casi onanistas que propician las letras.

Dejémonos de argüir que se cambia cantidad por calidad, porque es excusa muy manida. Mejor la sinceridad: es lo que me sale, sólo se puede ser uno mismo contando historias y es como la droga, es decir: organizar la vida en torno a un vicio (Lobo Antunes) que es también ejercicio de desaparición, aunque, ¿quién es realmente el que desaparece? Tal vez el que se ha convertido en una sombra a la sombra de ese trabajo que no contempla jubilación alguna y supone la mirada perdida; libretita en el bolsillo donde se anota no sé qué mientras el otro habla para la pared, o la lámpara encendida en mitad de la noche para transcribir un sueño. Escribir es llorar, decía Larra, aunque olvidó precisar de quién eran las lágrimas, por seguir con la exageración.

El caso es que la pareja del escritor da que pensar mientras le doy la espalda con estas líneas en vez de irme por ahí cogido de su mano. Aunque nada de lo anterior rece conmigo. Por lo de cantidad y calidad. Y concluyo que algo hay de peculiar en ése escribir contra la muerte del mañana pero no contra la cotidiana (Max Aub), lo que explicaría el porqué muchos escritores se emparejan con los de su mismo oficio. Quizá porque la espalda contra espalda tenga más morbo o, en todo caso, favorezca una convivencia más inteligible. Ahí tienen, entre los de antes, a Alberti y María Teresa León, a Sylvia Plath y Ted Hughes, a Casares y Silvina Ocampo, Monterroso y Bárbara Jacobs, Carver y Tess Gallagher€ Los hay a decenas, y más recientes también: Magris y Marisa Madieri, Calasso con Fleur Jaeggy, Aira con Liliana Ponce, y lo anterior por no citar a quienes optaron por críticos, agentes literarios o editoras: Julian Barnes con Path Kavanagh, Graves con la editora Beryl Hodge y así hasta decir basta.

Se trata de una endogamia profesional que probablemente no tiene parangón o, en todo caso, por razones más obvias. Medicina y enfermería suelen atraer entre ellas a Cupido, cansado el niño alado de sobrevolar por el hospital día y noche si contamos las guardias (seguramente los flechazos han ido a menos desde hace un tiempo, por mor de los recortes sanitarios). Y no me extrañaría que en las plataformas petrolíferas, en medio del océano, ocurra algo parecido, pero ¿cómo le traspasará el corazón al abstraído, a ése cuyo amor „como afirma Rilke que ocurre con los escritores„ vive en las palabras y muere en las acciones? ¿Será amor platónico, de los que no se consuman en el placentero jolgorio de la carne? Quizá fuera mejor apostar por quien te diga que ya está bien, al folio en blanco que le den y que el invento de San Agustín, lo de amar y con eso se justifica todo, será idea de santos pero en esta vida las cosas no funcionan así. Y repito que no estoy personalizando. ¡Estaría bueno que, a estas alturas, quienes escribimos no tuviésemos claro el cómo y el porqué! Aunque, por si acaso, convendrá preguntar al/la consorte de vez en cuando. Siquiera por levantar la vista del papel.