Ética y política deberían conformar un binomio indisoluble. Deberían ser las dos caras de una misma moneda: el servicio público. Si la ética no puede disociarse de actividad humana, sea esta; económica, empresarial, social, cultural, deportiva, de relaciones humanas?, menos aún se debe permitir el divorcio entre ética y política.

Desgraciadamente, el comportamiento impropio de ciertos políticos, no sólo en España, nos ha llevado a que hoy la sociedad haga una crítica moral de ciertas prácticas en el ejercicio del poder. No solo de la corrupción, que también, si no de los modos y maneras de gobernar, como la prepotencia o el adanismo. Con demasiada frecuencia se observa cómo algunos políticos, en especial las cúpulas dirigentes, aprovechan su situación para nombrar a familiares y amigos a cargos públicos de libre designación, creándose así un nepotismo y una endogamia de difícil destrucción, y que elimina por completo los conceptos de capacidad y mérito.

Si a ello añadimos que los partidos muchas veces prometen una cosa y hacen otra; o que se emplea dinero público en gastos innecesarios e incluso se utilizan medios públicos de comunicación para propaganda del partido de turno y de sus dirigentes, gobierne quien gobierne, no es de extrañar que la ciudadanía diga basta y se plantee, por medio del voto, castigar al que manda y también a la oposición, sin mirar las consecuencias reales de este cambio de voto. En España su reflejo es Podemos.

No se trata de demonizar a Podemos. Se trata de desenmascarar su verdadero propósito y programa político. Se trata de sustituir el debate de la descalificación hacia Podemos y de Podemos hacia los que ellos llaman "casta", por el debate de la crítica, el análisis y la razón.

Los partidos tradicionales deben entender que el derecho a la crítica moral de ciertos comportamientos políticos, es un derecho fundamental en todo sistema que se aprecie democrático. No entender esto, es no entender que la política es libertad, justicia, igualdad y crítica razonada permanente. Pero ojo, no es justo pensar que los buenos están fuera de la política y los malos forman parte de ella. No hay que olvidar que las inmoralidades políticas son reflejo de una inmoralidad social más amplia, como nos advierte López Calera.

No nos equivoquemos, si queremos cambiar los comportamientos de los políticos, primero deberemos cambiar nuestros propios comportamientos. Los políticos no son seres extraños, que provienen de otros planetas, y que nada tienen que ver con nosotros. Los políticos son personas igual que tú y que yo, que se han formado en el seno de una sociedad donde la ética y la moralidad han dado paso a un utilitarismo relativista, como nos advierte el profesor Urbina en su libro de Lecciones de filosofía del Derecho.

Por ello no es justo apelar a que todos los políticos son iguales. Hay de todo, como de todo hay en el seno de la sociedad. Son muchos, yo conozco unos cuantos, los que se esfuerzan en dar lo mejor de sí mismos al noble servicio de la política, en beneficio de los demás. Lo hacen con un altruismo meritorio, que va más allá de la erótica del poder o del protagonismo narcisista.

Pensemos en estos miles y miles de concejales de pueblo, que después de una jornada de trabajo dedican horas de su tiempo libre y de su familia para servir a los ciudadanos, sin recibir remuneración alguna por ello. O pensemos en estos políticos que durante más de treinta años han arriesgado su vida, bajo la amenaza permanente de las alimañas etarras, defendiendo la libertad y la democracia.

Lo que duele de verdad es ver cómo algunos políticos de alto nivel y algunos de no tan alto nivel, se lo llevaban crudo, sin arriesgar nada, mientras otros ponían los cadáveres de sus compañeros sobre la mesa para defender nuestra democracia y nuestra libertad. Lo que duele es ver cómo piden sacrificios a la ciudadanía, mientras ellos siguen conservando las mismas prebendas y privilegios de siempre. En definitiva lo que duele es ver cómo se ha destruido la ética pública en el ejercicio del poder.

Es necesario recuperar la doctrina clásica, inspirada en la filosofía escolástico-tomista, para que la política se someta a los principios morales y comunes universales. No se trata del ser. No se trata de saber ética. Se trata del deber ser y de practicar la ética, tanto en la vida personal como en la política. Sé positivamente que es una tarea ardua, compleja y con muchas aristas; pero siempre con un mismo objetivo, actuar con racionalidad y responsabilidad. Esto exige, no sólo el sometimiento a las leyes, que también, sino el sometimiento a reglas morales y éticas no escritas, pero sí dictadas desde una conciencia transparente y sin sus subterfugios.

En definitiva, basta con entender que la política y el comportamiento humano deben someterse al principio de legalidad inspirado desde unas bases éticas. Se trata de abrazar una nueva ética para políticos y ciudadanos.