La lotería, como la vida, reparte más mala suerte que buena, aunque solo estamos educados en ver la buena. El caso es que para que a usted le toque el Gordo de Navidad es necesario que miles o millones de personas hayan perdido las cantidades que malgastaron en décimos o participaciones de aquí o de allá. Diez euros en la carnecería, otros diez en la frutería, un décimo en el estanco, dos en la tienda de los chinos? La lotería de Navidad se empieza a adquirir desde hace años en julio o agosto, cuando uno, desayunando en su lugar de veraneo se pregunta: ¿Y si toca aquí? Estás con el cruasán y el té o la tostada y el café en el bar del pueblo, y de súbito te asalta la pregunta. No te asalta porque sí, te asalta porque forma parte de una astuta campaña de publicidad que ha encontrado acomodo en alguna de nuestras circunvoluciones cerebrales, igual que la chispa de la vida y el trinaranjus sin burbujas. Tenemos en el encéfalo una ranura semejante a la de las huchas por donde van cayendo los eslóganes que luego nos mueven a realizar acciones incomprensibles, muchas veces en contra de nuestra naturaleza, de nuestros deseos, incluso en contra de nuestra economía.

¿Y si toca aquí? Si toca aquí y no llevabas nada, a la mala suerte habitual, que consiste en perder lo invertido, se añade la de la proximidad. Con esa idea maligna trabaja el anuncio de este año. Maligno y cutre por la España que describe, en donde parece que el único horizonte es el de la caridad y la suerte. Quizá no hay otro. Nuestras autoridades, en todo caso, no son capaces de mostrarlo. Solo nos salvará la lotería y, en el peor de los casos, la misericordia del que nos sirve cada día el gin tonic. No se lo crean, conozco bien a ese sujeto que te regatea medio centilitro. No esperen nada de él. El colectivo social que pierde lo gastado para que a unos pocos les toque el Gordo o la pedrea es la parte maldita. Así llamaba Georges Bataille a los millones de espermatozoides que no alcanzan el óvulo o al número infinito de semillas que se pudren en el suelo para que unas pocas arraiguen. La parte maldita es un puro excedente, un deshecho, es el ejército de pobres necesario para que unos pocos sean ricos. De eso va el anuncio de la lotería de Navidad. Cuídense de su ternura aparente.