Se cumplen los primeros cuarenta años de mis caminatas al Alaska para degustar un perro caliente. Por desgracia, no podrá inaugurarse ninguna placa conmemorativa de este hecho histórico. En lugar de dinamitar el ominoso Palacio de Congresos, el PP ha decidido cerrar el quiosco. A modo de compensación, se levantará otro Puerto Portals en El Molinar. La ciudad más sucia y ruidosa del planeta concentra su odio en edificios inocentes como la hamburguesería de la plaza del Mercat o los bloques herrerianos del Moll Vell, mientras contamina el Born con terrazas ya fijas que mutilan su silueta. Solo la fuerza de la gravitación nos retiene en Mallorca.

Recorríamos kilómetros a pie para comer una hamburguesa con helado en el Alaska. No nos interesaba la Catedral, ni ese colegio que cada semana cumple otro siglo y que ha educado a los más sabios y corruptos de Mallorca. Por entonces, el Tribunal Superior todavía no había puesto la plaza a los pies del PP. Es probable que la estatua de Antonio Maura ya presidiera el entorno y nuestra indiferencia. En contra de lo que Cort presume, no elimina un quiosco, sino que ha plantado un mamotreto escalofriante en la esquina opuesta. Este adefesio infame desfigura el tramo más elegante de Palma. Habría que examinar cuidadosamente su tramitación, para despedir a los implicados y liquidar a continuación el engendro plastificado, sin legarle el trabajo a la alcaldesa de Llucmajor.

La hostilidad al quiosco del Mercat es el único rasgo que hermana a los megapijos Isern y Bauzá, antes muertos que exponerse a una arruga en la americana. Les molesta porque su clientela siempre aparenta felicidad, al margen de las inclemencias. El Alaska ha sido nuestro diner de Edward Hopper a cielo abierto, una posada para los halcones nocturnos. En algún momento deberá replantearse la obsesión por votar a personajes que odian Mallorca, debido a que sueñan con Madrid. Ni siquiera pueden acusar al bar de pancatalanismo, porque está rotulado en el idioma oficial del farmacéutico. El esquimal.