En el último temporal, una rama del ficus protegido de la plaza del Mercat derribó la estatua de Antonio Maura. Vaya por delante que contra los elementos es complicado luchar, pero tal vez si se dedicaran más esfuerzos económicos a la poda de nuestro patrimonio verde no nos veríamos en estas emergencias. Pero qué estoy diciendo: la ciudad vuelve a estar en manos de José María Rodríguez, el mayor arboricida de la historia de Palma, que durante su etapa como concejal de Mantenimiento arrancó sin compasión árboles maravillosos de la urbe como los plataneros del Polígon de Llevant, y otros se salvaron, como los pinos de la plaza Porta de Santa Catalina, porque los vecinos se encadenaron a ellos. El ficus extraordinario del Mercat no se elimina porque está catalogado, una pena para los amantes de las soluciones rápidas, y más en este triste epílogo del mandato del alcalde Mateu Isern, que parece más interesado en regresar a su despacho en buena sintonía con el PP que en gobernar la capital con el amor que se merece. Un golpe de viento y los destructores horteras de siempre muestran el plumero, y así nos enteramos de que van a cambiar de sitio el monumento al estadista mallorquín y que planean cerrar el bar Alaska. No hay respeto ni por los ilustres ni por los ciudadanos de a pie. La céntrica plaza convertida en un solar minimalista y cool que no desentone con la plaga de franquicias que asola el centro histórico.

Hacen falta ganas de tocar la fibra a diestro y siniestro para hacerlo tan pésimamente. Hace falta tener mal gusto y a la vez mala leche, y poca información y ninguna gana de aprender de los errores. Si los artistas de turno poseen tiempo de sobra, que retornen a la plaza de España, un pastiche lleno de charcos. Los mismos que alegaron que el monolito homenaje al Crucero Baleares no puede moverse de sa Faixina porque allí se colocó por suscripción popular en la posguerra pretenden trasladar a Antonio Maura, cuyo conjunto escultórico pagó también la gente para que estuviera donde está. Los herederos del legado de Mariano Benlliure se han echado las manos a la cabeza por la afrenta, pues el artista creó la obra para un entorno muy concreto que observó y valoró con cuidado. Cabe añadir que el político palmesano, cinco veces presidente del Gobierno de España, está muy bien en la plaza del Mercat. Él, que un día sentenció, "yo para gobernar no necesito más que luz y taquígrafos", debe contemplar desde el pedestal en que se apoya la figura alegórica de la verdad a todos esos políticos corruptos que en la actualidad desfilan hacia Can Berga, sede del Tribunal Superior de Justicia de Balears. El efecto poético de don Antonio mirando a un escaparate de Zara no sería el mismo.

Y qué decir del kiosko Alaska. Abierto en 1936, da trabajo a cinco personas, y ya solo por eso debería ser declarado sacrosanto e intocable. La mera posibilidad de que desaparezca para "modernizar" la plaza ha generado una reacción popular espontánea y enorme en las redes sociales. Popular de la gente, no de las siglas. Desde Cort se ha lanzado un mensaje tranquilizador muy propio de los meses anteriores a una elecciones, pero yo no me fiaría hasta ver la prórroga de la concesión firmada. Recordando otra frase de Maura que ha pasado a la historia: "La tolerancia significa enterarse cada cual de que tiene frente a sí a alguien que es hermano suyo, quien, con el mismo derecho que él, opina lo contrario, concibe de contraria manera la felicidad pública". La felicidad pública, que bello concepto tan olvidado. O sea, que se coman un nugget o un sushi en la franquicia que deseen, pero nos dejen en paz las cañas y las hamburguesas del Alaska, por favor.