Salvando las distancias, el proceso de concreción ideológica y organización interna de Podemos ofrece analogías con el del PSOE de Felipe González desde que fue legalizado hasta la victoria electoral de 1982. Sin forzar la memoria, siguen claros el clima de recelo que rodeaba a los socialistas en su irresistible escalada al poder, las tensiones en la decantación del liderazgo unipersonal, la descarga de radicalismos doctrinarios, la gradual vigilancia del lenguaje en los enfrentamientos parlamentarios o mitineros y, en general, la adopción de una ética y una estética consonantes con las de la socialdemocracia europea. El vertiginoso declive de la UCD hizo el resto, sin que por ello cesaran las premoniciones catastrofistas del conservadurismo patrio.

Aunque diferente, la crisis del momento jugaba a favor del cambio sobrevenido a muy pocos años del final de la dictadura. La complementariedad PSOE/UGT propiciaba salidas tan eficaces como la de los Pactos de la Moncloa auspiciados por Adolfo Suárez, cuyo remake en la crisis actual ha sido imposible. Podemos no tiene un sindicato "hermano", pero lo tendrá. Su ausencia de las próximas elecciones locales revela una mirada inteligente sobre la descomposición sistémica del país: aun arriesgando pérdidas en la atención que hoy polariza, elude el riesgo de improvisar una nomenklatura electoral que pueda salirle rana. Si confía en que alargar el tiempo hasta las urnas perjudica a inercia bipartidista, tiene razones para ello: la más reciente, que no la última, es el amaño en el control de los viajes gratis total de los parlamentarios, buena prueba de que estas lumbreras siguen teniéndonos por tontos.

El PSOE sumó en 1982 una rotunda mayoría y gobernó muchos años en solitario, propiciando un crecimiento económico y un desarrollo empresarial que desmintieron las profecías conservadoras. Su estrella empezó a declinar con los primeras corrupciones, que parecen inseparables del punto de inflexión de las más fecundas gobernanzas y se instalan para forrarse en las crisis inducidas. En los grandes años de Felipe nadie negaba su talla de estadista ni sus logros en la proyección de lo que ahora llaman "marca España". Su imagen era antítesis de la que muchos habían estigmatizado. La responsabilidad de gobierno modera por sí sola, pero mucho más si los gobernantes tienen buena cabeza y controlan los nervios. Podemos está en trance de hacerse creíble sin sobrecarga doctrinaria. Su primer programa electoral interno será diferente del propuesto en las Europeas. Es una hoja de ruta que ya conocimos y no trajo males al país, sino al contrario (hasta el santo advenimiento de los chorizos).