Por primera vez en mucho tiempo en mi consideración, al menos el presidente Rajoy ha dado muestras de estar dispuesto a ejercer su cargo en aquello que hace al problema del soberanismo de Cataluña, el más importante de los que están planteados hoy en el campo de juego político. Peores son, sin duda, los del desempleo y la crisis económica pero ésos hace mucho tiempo que dejaron de formar parte de lo que un presidente del gobierno español puede resolver por sí solo; es Europa quien lleva las riendas. Sin embargo el problema catalán resulta por completo, como se ha dicho en diversas ocasiones desde las diferentes capitales europeas, un asunto doméstico del todo nuestro.

Pues bien, ha tenido que ser en las antípodas, en Brisbane (Australia) donde Rajoy haya aceptado por vez primera que su estrategia del avestruz no sirve. "Tendré que explicar mejor que hasta ahora mis razones y mis argumentos en Cataluña", dicen que dijo en rueda de prensa. Pero se equivocará de nuevo si cree que lo que ha de explicar es que no conviene separarse de España, que es el momento de luchar codo a codo contra el paro, que aislarse y salir del euro no es conveniente. Todas esas cosas, que parece que formarán parte esencial del discurso nuevo del presidente en Cataluña, se las saben de memoria los ciudadanos del principado; los independentistas que son bastantes, los partidarios de dejar las cosas como están que son menos y los que querrían de una vez por todas una solución política del impasse que suponen la gran mayoría. Es para estos últimos para quien tiene que explicarse y, en particular, debe dejarles muy claro en qué consistiría la "tercera vía", tan denostada como necesaria.

Las explicaciones que necesita Rajoy para recuperar la iniciativa después de cometer el error infantil de decir que prefiere dejarla en manos del PSOE se refieren a una cuestión difícil, sí, pero no imposible. La de diseñar un nuevo panorama político para el Estado español en el que las soluciones de la transición se dejen donde deben quedar: en la memoria histórica. Una memoria agradecida y respetuosa pero inservible para resolver nuestros problemas de ahora. De hecho, parece llegado el momento de zanjar rémoras pendientes desde nada menos que desde las guerras carlistas resolviendo el conjunto de las necesidades, los debes y los haberes, que pueden justificar para cada autonomía, nación, país o como se le quiera llamar el permanecer en un Estado común. El café para todos de la transición plasmado en el texto constitucional no es hoy viable; hay que dar paso a un nuevo acuerdo en el que quede muy claro, por ejemplo, que Cataluña tiene todo el derecho para decidir una inmersión lingüística educativa pero cometería un error absurdo si por esa vía sus niños no aprenden el castellano también como lengua materna. Lo único que haría es castigarles. Explicar en Cataluña que se entiende y se comparte ese principio del alcance de las diferencias es el primer paso para encontrar la solución.