Pablo Iglesias, elegido secretario general de su organización por amplio margen, centró este pasado sábado su discurso en un concepto inquietante: pretende "acabar con el régimen de la Transición". En efecto, propone iniciar "un proceso constituyente para abrir el candado del 78", es decir, para sustituir un régimen "que se derrumba" por otro distinto, todavía sin concretar.

Que el régimen se derrumba es una obviedad. El grueso de la ciudadanía no cree ya en él porque con la crisis económica se ha hecho patente que los intereses del Estado no son los de la mayoría de la gente; porque incluso en esta situación excepcional, en que sectores relevantes de las clases menos favorecidas han decaído en el hambre física y en la necesidad más elemental, la oligarquía se ha seguido corrompiendo, hasta dibujar un cuadro verdaderamente neuseabundo; porque han empezado a cuartearse algunas de las conquistas sociales que parecieron irrenunciables y hoy peligra la integridad de los grandes servicios públicos; porque derechos sociales que provienen de luchas seculares, como los derechos laborales, han sido puestos directamente en almoneda. El diagnóstico de Pablo Iglesias, de Podemos es bien poco cuestionable.

Pero, dicho esto, ¿qué quiere decir Pablo Iglesias cuando afirma que se propone "acabar con el régimen de la Transición? ¿Significa que piensa terminar con el sistema parlamentario? ¿Abomina del modelo sociopolítico de representación que tienen todas las democracias desarrolladas del mundo? Piensa terminar con la democracia semidirecta la elección de representantes a través del sistema de partidos políticos para sustituirla por algún otro modelo asambleario, de democracia directa, del que no existe un solo paradigma convincente en el mundo?

Acabar con el régimen de la Transición, ¿quiere decir que ya no habrá más separación de poderes conforme al conocido esquema de Montesquieu, sino que el poder se repartirá de otro modo, por ejemplo en cinco poderes legislativo, ejecutivo, judicial, ciudadano y electoral como hace, pongamos por caso, la pintoresca constitución bolivariana de 1999? O significa más bien enmendar los catálogos de derechos civiles los derechos burgueses que nos asimilan con la tradición occidental?

¿Quiere decir, en definitiva, Pablo Iglesias, que debemos dejar de mirarnos en el espejo histórico de la Revolución Francesa, o que regímenes clásicos como el norteamericano, basado en una Constitución que ya ha cumplido dos siglos, deben ser revisados para adaptarlos a los tiempos que corren?

La lectura de los escritos de Pablo Iglesias de su último libro publicado, Disputar la democracia. Política para tiempos de crisis acredita que es un personaje cultivado, que en absoluto improvisa su andadura y que posee un bagaje doctrinal muy sólido. Por ello, es difícil no pensar que lo que se propone es corregir las grandes y graves disfunciones de nuestro sistema político, estrechar el vínculo entre electores y elegidos, perfeccionar el juego institucional, resolver algunos anacronismos decadentes, mejorar la equidad, reorganizar la representación territorial?

Eso es en definitiva lo mismo que se proponen otras fuerzas políticas, la mayoría de ellas en realidad, si bien hay que reconocerlo algunas vetustas formaciones han perdido jirones de credibilidad en la gatera de la historia y Podemos está todavía en el efímero estadio virginal.

Decía Churchill que "la democracia es el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre? con excepción de todos los demás". El invento está ya construido con los defectos inherentes a toda obra humana y de lo que se trata es de perfeccionarlo, de ponerlo al día, de adaptarlo a los tiempos nuevos. Y ello ha de hacerse sin pautas, sin libro de instrucciones, con la única guía del sentido común y la intuición. Como hicieron los constituyentes en la lúcida Transición.