No debía haber colegio porque era miércoles de ceniza. Mi madre nos llevó a mis hermanas y a mi de excursión al Monte de la Tortilla, la versión minúscula que había en Vitoria de la Table Mountain de Ciudad del Cabo, en Sudáfrica. Mamá se encontró a una amiga, ésta le contó algo, y entonces salimos todos corriendo hacia casa. Mi madre nos arrastraba por las calles, cogidos de la mano y a trompicones con los bordillos. La imaginación de un niño de seis años quizá esperara un ataque aéreo, como en la películas de la Segunda Guerra Mundial, aunque a esa edad no supiera nada sobre Gernika ni la Luftwaffe. Pero las sirenas sí que eran reales, y también el pánico en el rostro de los peatones que nos cruzábamos.

Mi madre me contó que la huelga ya duraba un tiempo, porque mi abuela hacía semanas que nos enviaba pan desde un pueblo de La Rioja. Nos lo traía un señor que era director de una oficina bancaria en Vitoria. Las tahonas permanecían cerradas, y como en casa de mis padres aún hoy es más fácil comer sin cubiertos que sin pan, supongo que había que conseguir las barras como fuese. Rememoro aquella infancia y la veo en blanco y negro, y lo de aquel hombre trayéndonos pan a casa me sitúa entre el neorrealismo italiano y una película de Berlanga, con Pepe Isbert de vecino de escalera, esperando en el rellano para subir en el ascensor conmigo. Pero mis vecinos eran los Moreno, y hacía unos días que tenían un gran agujero negruzco y astillado en el techo de madera de su terraza, lindante con la nuestra.

De pequeño me gustaba tanto jugar a fútbol que cuando escuchaba algo sobre lanzar pelotas de goma sonreía esperando mi turno. Hasta que vi el destrozo en la terraza de mis vecinos, y me asusté un poco pensando en el daño que podían hacer esas pelotas, y lo fuerte que había que chutar desde la calle para incrustarlas en un cuarto piso.

Aquel 3 de marzo de 1976, el día que yo corría arrastrado de la mano por mi madre, murieron tres personas en Vitoria por los disparos de la Policía Armada. En los días posteriores fallecieron dos más de entre las decenas de heridos de bala que se produjeron. Gases lacrimógenos en el interior de una iglesia abarrotada, la estampida hacia la calle, y los grises disparando a una multitud que huía despavorida. Uno de aquellos psicópatas de uniforme se jactaba por radio de "llevar tirados más de 2.000 tiros", y de "haber contribuido a la paliza más grande de la historia". La ultraderecha siguió haciendo el cafre unos años más en Montejurra y los crímenes de Atocha. Sin embargo, analizado en la distancia y en comparación con otras dictaduras, el aparato represivo del tardofranquismo parece una creación de Disney en comparación con lo sucedido en Argentina, Chile, El Salvador, Guatemala, Sudáfrica, Camboya, la Unión Soviética, China, Libia, Corea del Norte o Cuba, por ejemplo.

Los crímenes de lesa humanidad presuponen un ataque generalizado y sistemático hacia la población civil, y permiten activar el principio de justicia universal para evitar la impunidad de personas que colaboraron en delitos continuados de extrema gravedad contra los derechos humanos. Ahora una jueza argentina pretende procesar a los ministros vivos de aquel gabinete presidido por Arias Navarro. Uno comprende el esfuerzo por evitar el olvido, por un relato verídico de los hechos, por el reconocimiento del dolor y la reparación del daño. Pero colocar a Martín Villa, responsable entonces de las relaciones sindicales, en la misma celda que a Pinochet es consumar un ridículo internacional. La magistrada Servini ha viajado a España para hacer justicia, aunque al menos no ha llegado al esperpento de solicitar el certificado de defunción de Manuel Fraga, como hizo el ínclito Garzón con Franco. Una lástima que haya tardado 38 años. Si sólo hubieran sido 37, siguiendo su lógica hubiera tenido tiempo de imputar también por crímenes contra la humanidad a Adolfo Suárez, a la sazón "ministro de jornada" y responsable del orden público aquel trágico día por encontrarse Fraga de viaje en Alemania.

España fue pionera en la aplicación del principio de jurisdicción universal gracias a Baltasar Garzón. El juez prevaricador e inhabilitado ha tenido que emigrar a Argentina, y es casualmente allí donde se activan ahora los mecanismos del derecho penal internacional contra los últimos vestigios del franquismo. Se pretende además derogar la Ley de Amnistía de 1977, que permitió avanzar en el proceso de la Transición y traer la democracia, esa minucia a refundar hoy en España siguiendo el ejemplo venezolano. Solo tres meses después de la matanza de Vitoria, en Soweto, un suburbio de Johannesburgo, también entró la policía disparando en una iglesia contra estudiantes. El resultado de aquellos disturbios no fueron 5 muertos, sino 572. Más tarde llegó Mandela e impulsó la Ley para la Promoción de la Unidad Nacional y la Reconciliación, y sobre esa norma constituyó la famosa Comisión para la Verdad y la Reconciliación. Sus detractores sostienen que proporcionó impunidad a criminales confesos. Yo lo que lamento es no poder contemplar el espectáculo de ver procesado a Mandela por uno de estos paladines de la justicia universal.