El escenario político actual y, en especial, el que puede haber en unos meses, no debería dejar indiferente a nadie. Los bancos de inversión y entidades financieras ya han mostrado reticencias, pues ahora observan con cautela la confianza que hace unos meses España era capaz de desprender a los inversores. Hemos creado una nueva y delicada prima de riesgo basada en los extremismos, cuyos factores están identificados en Cataluña y Podemos, por un lado, y en la corrupción por otro. Y es que, la historia de nuestro país y la de los de nuestro alrededor, nos ha demostrado que excentricidades de este tipo nunca fueron buenas. ¿Somos realmente conscientes de lo que se está poniendo en juego? Voy al grano.

Por una parte, Podemos, un partido dirigido por intelectuales nacidos del movimiento antisistema 15M, ahora ya después de las europeas, aprovechando el sistema, intentando ampliar horizontes, o eso prefiero pensar, antes que creer que quieren de verdad quebrar la Sociedad, e implantarnos un régimen bolivariano que nos lleve a todos los españoles al "bienestar venezolano". Como punto fuerte, son unos excelentes comunicadores, estrategia basada en vender lo que la gente quiere escuchar, la suma desordenada de las demandas ciudadanas que los partidos con más rodaje no hemos sabido cubrir. Aprovechar la desesperanza de mucha gente. Hablan claro y el principal problema es que les resulta indiferente que sus propuestas carezcan de sentido porque, de momento, están exentos de responsabilidad a nivel de toma de decisiones. Claro, con esta ligereza han llegado a poner sobre la mesa asuntos de Estado tan delicados como suprimir las redes de vigilancia de las fronteras (¿cómo pretenden vigilar la entrada de narcotraficantes y terroristas?), auditar la deuda pública de España y dejar de pagar parte de la misma (imposible, salvo que abandonemos la UE y el euro), las múltiples lagunas de la renta básica universal? y suma y sigue. Como todos los partidos, ellos también han empezado a tener sus diferencias internas. Y es que al fin y al cabo, para decidir, organizarse, deberán tener una estructura similar a la de los demás.

Por otra parte, una Cataluña confusa, profusa y difusa. El 9N, una pura ficción democrática, más de dos millones de papeletas entregadas (según algunos sospechosamente por duplicado e incluso triplicado) y amparado por un lenguaje electoral que no venía al caso. Dicho esto, respeto la voz de la calle, ese supuesto 30%, pero no debemos ignorar a una inmensa mayoría que ha soportado en silencio todo esto, sin compartir ideal, pero sí los gastos de la campaña. ¿Cómo y quién los representa a ellos? Como tampoco debemos olvidar la aplicación de la ley, recordando que la desobediencia al Tribunal Supremo y la prevaricación son tipos penales que no hay que perder de vista. Por cierto, ¿quién es jurídicamente responsable de todo ello? Y tras la verbena, ¿y ahora qué? La salida a esta comprometida situación es según Mas, o bien convocar elecciones plebiscitarias, pues adelante las puede ganar o perder CiU, ERC o quién se presente a ellas, pero la situación jurídica al final será la misma; o bien que haya llegado el momento de que el señor Rajoy se siente a hablar, pero no con Artur Mas, sino con Pedro Sánchez, representando a la mayoría de españoles, para plantear o no, un nuevo modelo de Estado en el que todos nos sintamos cómodos, porque puestos a cuestionar el modelo, planteemos también la oportunidad de eliminar los Fueros y los conciertos económicos. Caminemos hacia la igualdad de los ciudadanos, no hacia la creación de más privilegiados, sean o no catalanes. A esta situación hemos llegado tras décadas de inacción, por una cierta, permítaseme la expresión, pereza política, por no haber terminado de pulir la Constitución estableciendo los límites competenciales del título VIII y que ahora nos está pasado factura.

Acabo con el tema corrupción. Estoy de acuerdo en que, hoy por hoy, en España, hay que ser contundente contra cualquier forma de corrupción política, social o económica. Por tanto, exijo inmediatamente la dimisión del cargo de aquellas personas que, o bien han sido pilladas en formas o actuaciones ilegales in fraganti, o de las que ya han sido encausadas, después de una instrucción judicial en forma, por una simple cuestión de imagen e higiene democrática. Todos y cada uno de los responsables políticos sabemos éticamente lo que está bien o está mal, sin necesidad de que nadie nos afee la conducta, y por tanto nadie debe justificar lo injustificable.

Aportando una vertiente optimista, podemos concluir que de dichos escenarios se extrae la moraleja de que la gente vuelve a tener interés por la política y por la participación, quieren sentirse verdaderamente representados, quieren poder volver a confiar en las instituciones. Asimismo, es fundamental que los ciudadanos recuerden que en política no todo es imagen y cantos de sirena, se necesita experiencia en gestión, saber tomar decisiones acertadas, respetar las leyes y el orden constitucional, en definitiva, referencias éticas. Teniendo esto en cuenta, los primeros que debemos reaccionar somos los partidos tradicionales, aceptando que la forma actual de hacer política ya está hoy desfasada, y debemos regenerarnos, aunque me temo que, en ocasiones, por la manera con la que seguimos actuando, parece que no queremos enterarnos.