¿Qué consecuencias sacar del pasado 9N? Básicamente, una: que, a pesar de los pesares, al personal parece convencerle más el ritual de una votación que el enfrentamiento a las bravas. Es decir, y traducido al lenguaje ibérico: que, siempre contando con que el de enfrente mantendrá su habitual postura de don Tancredo, el independentismo catalán ha dado un paso adelante aunque sea en un simulacro de lo que el jefe le había vendido meses atrás. En principio es de agradecer la ausencia de alardes gonádicos en las calles, como algunos agoreros presagiaban; siempre es mejor hacer las cosas pacíficamente. Pero ahora que la temida colisión de trenes se ha quedado en alegre estallido de pompa de jabón viene la segunda parte: ¿qué hacer con el panorama actual?

Visto el resultado, después de una gran inversión económica y humana el independentismo catalán suma votos en la misma y lenta proporción que lleva sumando desde hace años, si no décadas. Un tercio de la población catalana se declara independentista, y es de suponer que ningún independentista habrá dejado de acudir a las urnas de cartón salvo grave motivo de salud. Pasados diez días, los dos principales partidos independentistas catalanes siguen empeñados en una partida de ajedrez, o de damas, sopesando el modo de dar cuerpo a sus ideas obteniendo, de paso, mejor resultado que el compañero. Por otra parte dos tercios de la población catalana no se alinean con la forma en que el independentismo ha montado la consulta, aunque eso no quiere decir que todos sean antiindependentistas. El poder judicial silba mirando al horizonte tras la gafe monumental de la señora Sánchez Camacho y la tan traída y llevada querella parece disolverse en el aire. Y last but not least, el gobierno del Estado recoge velas y se mantiene expectante, al tiempo que el señor Rajoy Brey anuncia su desembarco en Cataluña para estrechar lazos. ¿Qué ocurrirá ahora, aparte de que, presumiblemente, el independentismo siga dando pasos? ¿Habrá servido para algo este pulso semiversallesco? ¿Veremos pronto maniobras de altos vuelos, alta política en acción, una novedosa manera de afrontar la realidad y sus conflictos? ¿O se nos servirá más bien una nueva ración de indigesto diálogo de sordos, esa política en paralelo, de hechos consumados, a que estamos tan acostumbrados? Sólo el tiempo lo dirá.

Mientras tanto Podemos toma forma como partido político. Es decir, se organiza en órganos o consejos muy parecidos a los que conforman los partidos ya existentes. Claro que el hábito no hace al monje. El proceso nos ha brindado alguna imagen pintoresca, un claro mensaje sobre la importancia que va a concederse a Internet (algo que, personalmente, me parece de dudoso calado) y, sobre todo, nos ha dejado entrever cierto aire mesiánico en su cabeza visible. También aquí la última palabra la tiene el tiempo: el que falta para las próximas elecciones.