Permítame la pregunta cualquier lector: ¿recuerda dónde estaba cuando se enteró del asesinato de Ignacio Ellacuría, compañeros jesuitas y las dos colaboradoras en las tareas domésticas, en la remota tierra salvadoreña? Si tiene edad suficiente, seguro que lo recuerda, entre otras razones porque desde este mismo diario se escribieron multitud de artículos al respecto y en la parroquia de L´Encarnació celebramos una misa en recuerdo de aquellos hombres y mujeres que dieron su vida por su pueblo hasta conmocionar la opinión pública internacional.

De aquel acontecimiento repugnante, auspiciado en último término por Henry Kissinger y concretamente por el batallón Atlácatl de la fuerza armada de El Salvador, adiestrado en Miami, de aquella masacre previamente anunciada, se cumplen hoy mismo 25 años, y es de justicia cívica y eclesial hacer memoria explícita para comprender una frase de Pedro Arrupe, quien fuera superior general de los jesuitas: "No lucharemos de verdad por la justicia sin pagar un alto precio" Los asesinados lo pagaron. Esta es su gloria como creyentes y como ciudadanos. La injusticia no perdona que se le pongan muros de contención, ni éticos ni materiales. La injusticia de cualquier tipo siempre acaba por arrasar tales muros y con ellos masacrar a quienes intentaban mantenerlos operativos. La injusticia es expansiva. Seguro que los lectores lo saben perfectamente.

Pero en pleno pontificado del papa Francisco, se hace necesario ampliar el recuerdo de estos hombres y mujeres, marchando hacia atrás en el tiempo. Porque sus vidas y sus muertes son el resultado de otras vidas y de otras muertes, tal vez menos publicitadas. De una parte, el asesinato del padre Rutilio Grande, excelente y comprometido pastor en el campesinado salvadoreño, quien clamaba en la capital, ante políticos, militares y el mismísimo Óscar Arnulfo Romero, arzobispo de El Salvador, advirtiéndoles de las masacres ejecutadas por el ejército en tierras campesinas. Al cabo, tanto molestó que acabaron con él. Y ante su cuerpo baleado, Romero descubrió la urgencia de darle la vuelta a su vida y optar por la causa de los pobres, de los oprimidos y en fin por "los crucificados de la historia", en palabras de Ellacuría, siempre repetidas por Jon Sobrino, el gran teólogo de la Liberación del grupo. Hasta el punto de que el arzobispo Romero también acabó por resultar una poderosa piedra en el camino de los asesinos, con el presidente Cristiani al frente, y le balearon mientras celebraba la eucaristía, revestido de sacerdote y tras anunciar el evangelio. Durante años, tras su "conversión", los jesuitas de la Universidad Centroamericana de El Salvador colaboraban con él en la elaboración de sus grandes sermones y homilías, hasta formar su guardia de corps ideológica y evangélica. Parece, al fin, que el papa Francisco está dispuesto a hacerle justicia eclesial dentro de pocos meses. Ya era hora de vencer el miedo a los poderosos y proclamar la ejemplaridad del mártir Óscar Arnulfo Romero. Ya era hora.

Y como era de esperar, tras la muerte del pastor llegó el asesinato de sus mejores ovejas, las que le ayudaban a gobernar la manada y el redil desde "una justicia que brota de la fe", en frase antológica de los jesuitas del momento, bajo el mandato del ya citado Arrupe. Desde su universidad, donde tuve el honor de trabajar tres años, formaron a miles de jóvenes para cambiar un país en ruinas, escribieron una serie de libros que alimentaron la resistencia de tantísimos creyentes occidentales, amedrentados por el avance del secularismo, tras años de una falsa paz, porque era la paz de los cementerios de las conciencias. Esa universidad, pero también sus fines de semana en las colonias populares, mantenían la esperanza del pensamiento crítico y de una fe comprometida con la realidad. Rutilio Grande, Óscar Arnulfo Romero, Ignacio Ellacuría y compañeros y compañeras. Durante este mismo tiempo, daban igualmente sus vidas dos religiosas norteamericanas y la friolera de más de 80.000 salvadoreños en el campo de batalla de una implacable guerra civil.

De fondo, el magisterio de Pedro Arrupe, al que ya he citado, y que muy probablemente contemplará desde la gloria cómo su personalidad, tan polémica, se abre camino luminoso en las altas instancias romanas. Porque sin ese magisterio desde la cúpula, probablemente les hubiera sido imposible a los jesuitas comprometerse como lo hicieron con esa justicia que brota de la fe? hasta pagar un alto precio.

Unas palabras que nunca debieran olvidar a la hora de desarrollar cualquier tarea en todo lugar del mundo. Por esta razón, el eslogan de la compañía contemporánea es tan sencillo como comprometido: "En todo amar y servir". Fe y obras. Fe y justicia. Fe y cruz. Muertes para resucitar a los crucificados de la historia, sean cuales fueren esas cruces: ideológicas, culturales, éticas, morales, materiales, y tanta otras, a las que Francisco denomina "periferias" y nos invita a pisarlas para curarlas. Y por esta razón, nuestro papa actual merece tantísimas críticas demoledoras, por lo mismo que antes eliminaron a los mártires comentados. Porque esta gente molesta y ayuda a iluminar "el pecado del mundo", la antifraternidad, el egoísmo.

Si Dios quiere, algún día retornaré a El Salvador. Y ante las tumbas de mi compañeros asesinados, repetiré lo que, desde muy joven, vengo repitiéndome probablemente sin grandes resultados: que vivir solamente tiene sentido cuando tu propia vida cambia la vida dolorosa de los demás. Pagando cualquier precio. Ya lo sabía, pero en El Salvador me salvé de la tentación de olvidarlo. Un don impagable.

En su momento, celebraremos estos 25 años de forma pública en Palma. Para ayudarnos a mantener la esperanza.