Hace poco, una chica muy joven me contaba que estaba trabajando en un laboratorio que investigaba las células madre, usando la grasa de las liposucciones sobrantes de las clínicas de cirugía estética para crear células madre que pudieran luchar contra el envejecimiento. Le pregunté si el proyecto iba bien, y me contestó que sí, muy bien pero que iban a despedir a todos los becarios como ella que trabajaban en el laboratorio, porque el proyecto, financiado con dinero público, se había quedado sin fondos. O sea, que ese laboratorio estaba investigando cómo hacer que la gente pueda vivir quince o veinte años más, cuando ni siquiera estamos en condiciones de pagar un salario miserable a una joven licenciada en Biotecnología. De todos modos, la chica me dijo que tenía pensado irse a China, "ya que allí estos proyectos de investigación nunca se quedan sin fondos".

El mundo está cambiando muy deprisa y nosotros seguimos anclados en discusiones y en debates que llevan casi un siglo -o más de un siglo- de retraso con respecto a la realidad actual. Discutimos si Cataluña va a ser independiente o no o si los catalanes tienen derecho a decidir o no -o si en Cataluña se va a vivir mejor después de la independencia-, pero en realidad estamos hablando de un mundo tan arcaico como el de aquellos coches venerables que se arrancaban haciendo girar una manivela. Cada vez hay menos posibilidades de trabajo remunerado -de forma decente, se entiende-, porque la tecnología lo está cambiando todo y en diez o quince años el mundo que habíamos conocido se habrá venido abajo por completo. A la vez que aumentan los multimillonarios que se hacen ricos en dos patadas -como ese chino que ha creado Ali Baba, el portal de ventas por Internet-, van desapareciendo miles y miles de empleos que en otros tiempos estaban relativamente bien remunerados y permitían subsistir en concisiones dignas. En mi infancia una familia entera podía llevar una vida decente con una pequeña mercería o con una tienda de ultramarinos, pero todo eso ya está pasando a la historia. Ali Baba depende de miles y miles de repartidores en moto que van repartiendo las compras de sus clientes por China -y dentro de poco por medio mundo-, pero esos repartidores ganan una miseria y probablemente ni siquiera tienen seguro y deben pagarse un seguro de autónomos. Y además apenas tienen perspectivas de ascenso o de mejora, porque no trabajan en una empresa propiamente dicha con secciones y jerarquía, aparte del jefe que ha creado el portal de ventas por Internet y las distribuye con un ejército de operarios a los que paga una miseria.

Lo digo porque nadie parece acordarse de estas cosas cuando se hacen -si es que se hacen- las propuestas económicas que nos dicen cómo vamos a salir de la crisis. Tenemos una población muy envejecida a la que hay que mantener -con pensiones muchas veces insuficientes o vergonzosas-, además de un sector de la población que vive en la pobreza y con escasísimas perspectivas de poder salir de ella, ya que apenas tiene formación educativa o laboral de ninguna clase. Y esto por no hablar de los miles y miles de licenciados universitarios que tienen que irse a buscar trabajo a otro sitio, porque aquí simplemente no lo hay. Y a todo esto hay que añadir los costes crecientes de nuestro costoso -aunque imprescindible y ahora renqueante- Estado del Bienestar: pensiones, subsidios, nóminas de los empleados públicos, la maquinaria del Estado, todo eso.

Éste es el panorama con el que nos enfrentamos. Algunos líderes de la izquierda europea, como Valls o Renzi, apuestan por adaptar la socialdemocracia a esta nueva realidad mutante y emprender reformas que sus propios votantes consideran reaccionarias o ultra-liberales. La otra izquierda, más ortodoxa o menos realista, se niega a aceptar esta nueva realidad y cree que se puede gobernar con grandes inyecciones de dinero público, siempre que se luche contra el fraude fiscal y se haga pagar a las grandes fortunas en función de sus beneficios. Y en el otro lado, por supuesto, está la derecha de Rajoy que nos convence de que algún día las cosas irán mejor y todos podremos estar muy contentos, porque nuestro hijo cobrará 300 euros por un trabajo de ocho horas, mientras que nuestro sueldo o nuestra pensión seguirá recortado por los siglos de los siglos. Y nos guste o no, éste es el panorama, y no hay otro.