Lo más duro de la caída de la estatua palmesana ha sido explicarle a Bauzá quién diablos era Antonio Maura. Con Gómez ni lo han intentado, aunque el mancebo del farmacéutico president es el Antonio más eminente de la política mallorquina desde el maurismo. El vicepresidente paellero ha sugerido a su amo que el bronce de Benlliure sea sustituido por la efigie a caballo del propio Bauzá, pisoteando a un retén de profesores en huelga como en la carga del mameluco. El conjunto escultórico se completará con la estampa a horcajadas de Gómez, a lomos de un jumento pese al riesgo de obviedad. Puede aprovecharse la figura de mármol que representa la Verdad, sin más que denominarla la Mentira.

Cultura mallorquina significa que, para escribir un artículo en torno a Maura, es necesario que su estatua caiga con estrépito sobre la vía pública como un hooligan borracho de Magaluf. De haberse partido en pedazos, dispondría de material para una página entera. Nada nos estimula hoy con la intensidad del batacazo de un político, su condición de difunto lo emparenta todavía más con nuestros gobernantes actuales. El conservador mallorquín, valga la redundancia, fue desalojado tan a menudo de la presidencia del Gobierno que su recaída in effigie de la plaza del Mercat apenas si le costó unos rasguños.

El accidente nos recuerda que, un siglo después de Maura, la política mallorquina vive otra era de esplendor. La "revolución desde arriba" de Don Antonio ha sido heredada por la involución desde arriba de Bauzá y su mancebo, aunque ellos no sabrían cómo llamarla. Si el escultor designado para la sustitución se da poca maña con los caballos, la iniciativa cuadrúpeda puede sustituirse por un conjunto escultórico en que aparezcan abrazados Antonio Maura y Antonio Gómez. Les hermana al fin y al cabo su carácter de eximios legisladores de textos represivos, contra el terrorismo y contra los mallorquines respectivamente. La trágica historia maurista también se repite como farsa, pero en el vicepresidente del Govern ha exagerado un poco.