En el simulacro de votación independentista de Cataluña, con trampa y con cartón, la imagen de Jordi Pujol introduciendo su papeleta es complicada de interpretar. El exhonorable (no pronunciar exonerable) dejó la portería de su casa, donde instaló parte de su biblioteca y el simbolismo de esa figura de orden en la comunidad, para ir a votar al IES Montserrat del distrito Sarrià-Sant Gervasi, que no ha contribuido a levantar ni mantener con los impuestos que no ha pagado.

El eurodiputado del PP, Esteban González Pons, espera que el presidente de la Generalitat, Artur Mas, reciba una carta del fiscal por usar fondos públicos para una manifestación política. Nadie más libre que Pujol de ese delito, que no ha puesto un euro que se haya podido usar para lo que tantos han calificado estos días como ilegal. En un sentido fiscal, Pujol, al que España no le roba y Cataluña tampoco, ya es independiente. Es independiente real y simbólicamente de más de un país. De España, como recaudador final; de Cataluña, como receptor de fondos. De España, como madre castradora de la catalanidad; de Cataluña, como madre dependiente de sus hijos, porque Pujol y sus hijos siguen siendo lactantes que endurecen con leche materna las muelas del juicio. Pues, además, es presumible que haya votado para ser simbólicamente independiente de España.

Hay patriotismo fetichista, patriotismo constitucional, patriotismo nacionalista que es matriotismo... Nadie reivindica el patriotismo fiscal, apoquinador, pero sobran patriotas de los que hacen patria y caja. No se pierda la orla de licenciados en patriotismo, promoción Transición, de la revista de humor Mongolia con excelentísimos jefes de estado, políticos del más alto rango, dirigentes empresariales y sindicales, periodistas, consortes, hijos, personas que han representado y dicho con palabras u obras qué es un país y cómo tienen que ser los ciudadanos.