Buena parte de los prosistas creen que la poesía es igualmente fácil, aparte de más breve, lo cual nos ha condenado a versos chaplinescos. En el tentador campo de las actividades adyacentes pero no por ello permeables, Pedro Horrach ha aprendido para desgracia de la Infanta Cristina que es mejor fiscal que abogado defensor. Aquel acusador enjuto y tenso como un cable, que guillotinaba escritos en la mejor tradición de la literatura negra americana reciente -Pelecanos, Lehane, Pizzolato-, ensució su prosa con florilegios poéticos y adjetivos rancios en sus declaraciones de amor a la hija y hermana de Reyes. La Audiencia de Palma acaba de desmantelar sus devaneos literarios, para avalar parcialmente la rotundidad cervantina del juez Castro. Al instructor no le asusta ser tildado de sanchopancesco, adscrito a la tradición del magistrado más sabio de la literatura española.

Al igual que los escritores ansiosos por ascender a periodistas y adquirir así un mínimo prestigio, el fiscal Horrach se hizo abogado defensor para salvar a la princesa Cristina de la hoguera. El pastiche resultante debe reconciliarle con la esencia desagradable de su oficio primigenio. Dada la elevada densidad de corrupción política, siempre tienes razón cuando acusas. Pescas en un barril. Simétricamente, los defensores se quedan sin razones para sus clientes excesivamente comprometidos, y han de conformarse con pactos trapisondistas. Malos tiempos para la lírica jurídica.

Horrach merece el crédito de principal inspirador de la marea anticorrupción que sacude España. Los fundadores suelen ser más conservadores que los movimientos radicales que desatan, también en este caso. La Infanta no solo era la mitad del escándalo, sino la más sustancial. Ni el principal fiscal anticorrupción de España ha podido exonerarla, frenando desde el suelo el coche que había puesto en marcha. De ahí que en su más reciente aventura contra la corrupción masiva en el hospital de Son Espases, el ahora juez Horrach se estrene como instructor que interroga a Villar Mir y Florentino. Incansable y poliédrico.