O sea que Pascual Maragall, en el pleno del Parlament de Cataluña del 24 de febrero de 2005, dirigiéndose a Artur Mas, "Vostès tenen un problema, i aquest problema es diu tres per cent", estaba diciendo la verdad. Pero, a continuación, ante la amenaza del sustituto de Pujol en CiU de desentenderse de cualquier negociación sobre el Estatut, retiró la verdad. Lo que prueba, incontestablemente, que, entre la pulsión nacionalista -que es una emoción romántica- y la verdad, el nacionalismo prescinde de la verdad. Todo ello sería letal para el nacionalismo si los que se declaran no nacionalistas estuvieran comprometidos con la misma. Sabemos que no es así. Por Filesa; por el GAL; por Gürtel; por los Eres andaluces; por el gobierno de Matas; por Bárcenas; por Rajoy; por la corrupción en la que la clase política a enlodado a todo el país. Eso le mantiene boyante. La confesión de Pujol, acorralado por las informaciones periodísticas sobre la fortuna familiar en el extranjero y las referidas al cobro del porcentaje de comisión que ingresaban sobre el importe total del presupuesto de las obras públicas en Cataluña, aleja un mito cultivado hasta la exasperación por el nacionalismo catalán: la diferencia con el resto de España. Hozamos en la misma pocilga.

A pesar de la denuncia de Maragall, que se atribuyó a la financiación ilegal de CiU, que confirmaría los casos Prenafeta, Pallerols, ITVs, Palau de la Música, etc. -gravísimos-, confieso que no se me pasó por la cabeza la idea de la corrupción personal de Pujol. Muchos de los que lamentamos posicionamientos encontrados del PSOE y del PP, valoramos en su momento el sentido común de Pujol en aspectos básicos para la gobernabilidad y estabilidad del país. Le conferimos la categoría de estadista. Aun con el coste de deshilachar el Estado autonómico -peix al cove-. Tratábamos de convencernos -engañándonos, con tal de no poner en cuestión la propia Constitución- de que ése era el único camino posible. A pesar de todas las reticencias, parecía que era Pujol el que ayudaba a sostener el Estado. Algunos nos convencimos, ya a finales de los años noventa, de que el camino que seguíamos derivaría en una situación similar a la Tangentópolis italiana. Zapatero, el pacto del Tinell, la reforma del Estatut impulsada por Maragall y la campaña anticatalanista del PP anunciaban, junto con la eclosión generalizada de la corrupción, la crisis del sistema político. La conversión de Mas y Convergència al independentismo después de la diada de 2012 fue su estrambote final. Pero de ahí a suponer que uno de los actores de la Transición y protagonista destacado de la política española, ora pactando con el PSOE ora pactando con el PP, pudiera estar inmerso en el mismo lodazal de codicia y rapiña en que chapoteaban delincuentes disfrazados de políticos, había mucho trecho. Increíblemente, ya hemos recorrido este trecho. Ha habido corrupción en el PSOE, la ha habido en el PP. Pero una cierta e injustificada disculpa provenía de la financiación ilegal a la que había que poner coto; aunque no se le ponía. Además, hemos sabido de corrupciones personales de dirigentes políticos, de Urralburu, de Matas, de Roldán, de Fabra, de muchos otros. Pero de alguna manera eran personajes secundarios; de los principales actores de la vida política española podíamos pensar -siendo muy ingenuos- que quizá miraron hacia otra parte -o pensaron que a veces Dios escribe con renglones torcidos, que el buen fin justifica algunos medios reprobables- en casos como el de Filesa, Naseiro, túnel de Sóller, etc. Pero a muy pocos se les ocurría pensar que personajes como Adolfo Suárez, Manuel Fraga, Felipe González, Alfonso Guerra, José María Aznar, Mariano Rajoy, fueran, personalmente, unos corruptos -sobresueldos del PP aparte-. Bueno, pues a Pujol en la política española se le podía equiparar a cualquiera de ellos; incluso con mayor pedigrí democrático, por haber sido encarcelado por Franco. Por eso el shock ha sido tremendo. Lo que nos ilustra, bien sobre la vulnerabilidad de la naturaleza humana ante la codicia, bien sobre su insuperable capacidad de engaño. Quien bravuconeaba, después del caso Banca Catalana, que, a partir de entonces eran ellos, los nacionalistas catalanes, quienes hablarían de moral, ha resultado ser, por confesión propia, un defraudador fiscal; y ha pasado a ser acusado de corrupto.

Se ha hablado de las maniobras del Estado para hacer naufragar el proceso independentista. Quizá sea cierto. Pero lo relevante no son estas maniobras, sino la verdad. El nacionalismo miente y miente continuamente porque lo que le importa no es la ley, ni la verdad, sino su propia escatología romántica. Por ejemplo, Mas pide a Rajoy que no recurra ante el Tribunal Constitucional la aprobación de la ley de consultas (sic), ni la convocatoria de la consulta con preguntas amañadas. Si lo hace es porque sabe que son anticonstitucionales. Lo mismo que, cuando el Estatut, pedían todos sus firmantes al PP que no recurriera al Constitucional; porque sabían perfectamente que era anticonstitucional aunque proclamaran, mintiendo, lo contrario. Siempre con el argumento de que la Constitución es interpretable. Se trata de conseguir los objetivos políticos al margen de las leyes, invocando, para más inri, la democracia, que nunca es previa a la ley. Antes quisieron cambiar subrepticiamente la Constitución a través de una modificación estatutaria porque sabían que para cambiar la Constitución tenían que pactar con el PP, que no estaba dispuesto a ello. Ahora quieren convocar una consulta sobre la independencia que sólo sería posible cambiando previamente la Constitución -no existe ninguna constitución en el mundo que incluya el derecho de autodeterminación, reservada para los procesos de descolonización-. Pues bien, lo relevante en el caso Pujol no es si el Estado está o no detrás de las denuncias del vergonzoso y repugnante enriquecimiento de la familia Pujol. Lo relevante para los catalanes y para el conjunto de los españoles es si es verdad o no. Pensábamos que era una exageración centralista la acusación de que Pujol se envolvía en la bandera catalana identificándose con Cataluña para salvarse de la cárcel. No, no, después de leer el relato que han hecho algunos empresarios del trato con Pujol: "Si no pagan tendrán que resignarse a no volver a trabajar en Cataluña" "Uds. deben a Cataluña€", sabemos cuánta verdad había en las trilladas palabras de Samuel Johnson.