El once de septiembre empieza el curso político más complicado de las últimas décadas. Será el último año en que el PP goce de una cómoda mayoría absoluta. Será seguramente -y aquí hay que subrayar el adverbio- el último año en que rija, casi sin excepciones, un bipartidismo perfecto en España. Quizás también sea el último año en que CiU aspire a representar -como históricamente ha hecho el PSC- la transversalidad del catalanismo político. Junto a las potentes dinámicas de fondo, se suceden los accidentes imprevistos: hace unos meses, Alemania florecía y España renqueaba. Hace unos meses, Jordi Pujol dictaba lecciones de moralidad en el Financial Times. Hace unos meses, muy pocos intuían el alcance electoral de la retórica anticasta. Ahora Mario Draghi recupera el discurso del gasto público, frente al dogma de la austeridad. Incluso el FMI y la OCDE exigen que no se bajen más los salarios. Cabe pensar que, para la fluidez líquida de la modernidad, nada es permanente: las naciones se pueden romper; las instituciones, desacreditar; los modelos políticos, cambiar. Si, tras la caída del Muro de Berlín, Fukuyama pontificó erróneamente sobre el final de la Historia, la realidad es que vivimos en una época definida por la ansiedad. De hecho, para buena parte de la ciudadanía, la necesidad de que la esperanza cristalice en algo concreto - signifique lo que signifique ese algo - resulta acuciante.

Como apunte para el futuro, sospecho que Cataluña y Podemos representan dinámicas muy similares. En ambos casos, subyace un malestar de fondo ante el corsé de la Transición. Por supuesto, no existe democracia sin un andamiaje legal e institucional que canalice la evolución de la sociedad; pero, de repente, esa obviedad se ha olvidado. Para los teóricos de la utopía, hay que deconstruir la Transición y así empezar de nuevo, ya sea en España (Podemos) o fuera de ella (en el caso del proceso catalán). El pasado se percibe como una carga negativa que sólo se puede expiar renegando de él y acudiendo a un nuevo principio, que se quiere sin mácula. El Rey abdica en su hijo, Convergència maldice a su fundador, el PSOE habla de federalismo y de una reforma constitucional. En Cataluña, los partidos de la izquierda soberanista acusan a Madrid de los males del 3% y se desligan del sentimentalismo romántico propio del nacionalismo para reivindicar un nuevo país, mejor gestionado, más rico, más europeo y más limpio. Romper con el pasado constituye el único axioma. El futuro -esa incógnita- ya se construirá sobre la marcha.

El once de septiembre, la Diada será un éxito de participación. Al día siguiente, sin embargo, la política tendrá que continuar. Y eso supone que, más pronto o más tarde, Rajoy y Mas se volverán a ver y pactarán algún tipo de salida. De las múltiples lecturas del proceso independentista, lo único que se puede intuir con cierta seguridad es que no se va a llegar a un choque de trenes. Sacar las urnas a la calle en contra del Constitucional supondría la intervención de la autonomía catalana, algo que el Gobierno ha dejado ya meridianamente claro y que, sin duda, habrá pactado con sus socios europeos, en el supuesto de que fuera necesario. Artur Mas lo sabe, aunque ahora toca mantener la tensión del relato. También sabe que la Diada es un hecho coyuntural, pero que las implicaciones del affaire Pujol sólo pueden ser estructurales. Lean esta afirmación en clave convergente, catalana y española. Denle el alcance que quieran. En mi opinión, el final del bipartidismo o, si lo prefieren, el relativo eclipse de los partidos centrales de la transversalidad -PP, PSOE, CIU y PNV en sus respectivos feudos- amenaza con ser el acontecimiento clave de los próximos años. Algunos teóricos se han referido a estos sucesos de gran impacto, poco previsibles a priori y extremadamente atípicos con el nombre de ´cisnes negros´. Una vez que se abre la caja de Pandora se entra en terra incógnita y entonces surge la posibilidad de los cisnes negros. Sociológica y políticamente, España se mueve; aunque todavía no sepamos en qué dirección. Y como siempre, Europa -atención a los resultados en Escocia, atención al descrédito del gobierno Hollande -algo tendrá que decir.