Recuerdo muy bien la escena, en un restaurante de Lyon, hace ahora siete u ocho años. Un funcionario de la administración exterior, que llevaba viviendo bastantes años fuera de España, estaba hablando de los defectos de la Logse y de los problemas que tenían muchos alumnos para entender un texto. Pero de pronto aquel hombre se dio cuenta de que estaba entrando en un terreno peligroso. Entonces se calló y miró con precaución a derecha e izquierda, por temor a que le estuviera escuchando alguien. Hay que tener en cuenta que la Logse se consideraba „y se considera„ una ley muy progresista, así que aquel hombre temía que sus críticas pudieran interpretarse como un signo de conservadurismo ideológico (ahora mismo, en el contexto actual, el tema peligroso podría ser el aborto o la crítica de la corrupción). Y sólo cuando aquel hombre comprobó que no había oídos indiscretos, continuó poniendo a caldo un sistema educativo que era incapaz de preparar a los alumnos para leer como adultos (el editor Jaume Vallcorba, según contaba Sergi Pàmies, removió cielo y tierra por el mismo motivo).

Aquel gesto de sospecha y recelo „y en el fondo de miedo„ me llamó la atención porque no era la primera vez que lo veía entre funcionarios y personas relacionadas con la administración. Cualquiera que haya vivido en el franquismo sabe las precauciones que había que tomar para decir determinadas cosas. Pero cuando aquel hombre quiso comprobar que no lo estaba escuchando nadie, hacía más de treinta que se había terminado el franquismo. Lo curioso del caso es que los viejos tics paranoicos no habían desaparecido en absoluto. Se supone que vivíamos en un país liberal y avanzado y progresista, pero la realidad era muy distinta en todos los estamentos relacionados con la administración. Y de hecho, si en nuestro país ha pasado lo que ha pasado, fue porque durante treinta años hubo demasiadas personas que hicieron como aquel funcionario de Lyon. Y vez de atreverse a decir lo que pensaban de determinados asuntos que les parecían erróneos o indecentes, se callaban o miraban hacia otro lado.

Cuento esto porque he leído unas declaraciones de Ada Colau „la dirigente de Guanyem Barcelona„ en las que decía que no era independentista ni creía en las fronteras, pero que votaría sí en un referéndum sobre la independencia catalana. Y lo haría porque la independencia era „cito sus palabras„ "una oportunidad de radicalidad democrática y de proceso destituyente de este régimen que estamos denunciando". Pero lo bueno del caso es que Ada Colau, acto seguido, decía tajante que no iba a participar en ninguna pelea que enfrentase a Cataluña con España.

Ada Colau es una persona inteligente y capacitada „igual que aquel funcionario de Lyon„, pero me pregunto si es consciente de la contradicción insalvable en la que ha caído. ¿Se puede votar el sí a la independencia catalana sin participar en una pelea con España? En términos estrictamente lógicos, parece que no. Y entonces, ¿por qué dice eso Ada Colau? Supongo que por dos razones. Una, porque todo lo que suponga destruir el régimen actual le parece positivo (en su radicalismo, Colau no parece ser consciente de que destruir un régimen también puede destruir a la sociedad que vive bajo ese régimen y que no es culpable de muchos de sus vicios). Y segundo, porque Ada Colau se comporta en el fondo de la misma manera que aquel funcionario precavido de Lyon. Sólo que Colau no acaba diciendo lo que piensa, aunque sólo sea en privado, sino que ella dice en público lo que cree que sus seguidores querrían escuchar sobre cada tema en concreto. Y como sabe que entre sus seguidores hay defensores de la independencia y gente que no está a favor, dice las dos cosas a la vez „que sí y que no„, para contentar a todo el mundo y quedar bien con todos.

El problema de esta actitud es que en el fondo se parece mucho a las prácticas indecentes del viejo régimen con el que se quiere romper. Y si de verdad queremos cambiar la forma de gobernar un país, lo primero que habría que pedirles a los nuevos líderes es que se atrevan a decir sin tapujos lo que piensan de verdad, por muy molesto o incómodo que sea, o por muy desagradable que resulte eso para algunos de sus seguidores. Seguir viviendo instalados en la misma hipocresía de siempre no parece una buena forma de iniciar un nuevo régimen. Espero que alguien se pare a pensar un poco en todo eso.