Es público y notorio que las elecciones europeas no arrastran consecuencias. De ahí que hayan pulverizado a Juan Carlos de Borbón, Pérez Rubalcaba, Pere Navarro, Patxi López, Willy Meyer y otras víctimas de menor entidad. Y dado que los comicios al Parlamento Europeo son inocuos, también se jubila apresuradamente a Duran Lleida. El inventor de la tercera vía catalana no ha sobrevivido a su creación. El ministro eternamente frustrado tal vez anticipa el desastre de CiU si no hay referéndum. De momento, su estampida recuerda una vez más la imposibilidad de un análisis de la actualidad que no introduzca en la ecuación a Podemos.

Pablo Iglesias se negó a celebrar el resultado electoral, expresando su rechazo a un papel testimonial. Sin embargo, sus cinco escaños han propiciado numerosas cargas de profundidad y un cambio radical de estilo en la política española. Al igual que sucede con las informaciones explosivas, los efectos del irresistible ascenso de Podemos no siempre coinciden con los propósitos del movimiento emergente. En concreto, y a propósito de Duran Lleida, la iniciativa motejada de antisistema habrá contribuido a desactivar el independentismo catalán con repercusiones imprevisibles.

Cataluña no fue el terreno mejor abonado para Podemos, porque el descontento generalizado se había encauzado allí hacia siglas independentistas con un papel sobresaliente para Esquerra. Sin embargo la rama catalana de oposición al Gobierno sin vitolas identitarias ha encontrado una alternativa inesperada. La sacudida a cargo de la formación de Pablo Iglesias conlleva un enfrentamiento inmediato con las políticas vigentes, que diluye la necesidad de la intermediación de los soberanistas. Resulta curioso que una iniciativa denostada por proetarra esté encabezada por quien se define como "patriota español", y que curse con un efecto balsámico sobre las fisuras territoriales. Ahora bien, el PP volverá a equivocarse si piensa que Podemos garantiza el triunfo de la inacción predicada por Rajoy.

Se aproxima el instante decisivo en que Mas asegurará que nunca prometió un referéndum de independencia, y que la tibia consulta puede esperar. Entretanto, no se ha desvelado el misterio que dobló en Cataluña la proporción de independentistas. En apenas un lustro, la tentación de caminar a solas pasó de seducir a uno de cada cuatro catalanes a reclutar a uno de cada dos. La versión oficial atribuye la duplicación del enrolamiento a la decepción causada al aguar un Estatut que la mayoría del censo se negó a votar en un sentido u otro. Si Podemos frena esta tendencia soberanista, se confirmará que la hostilidad al Gobierno de Madrid por argumentos económicos o éticos halló cobijo en la petición de un estado propio, la propuesta que más puede agraviar al PP y que conduce a un respaldo masivo a la primera pregunta del referéndum bifronte.

La movilización de Podemos conquista objetivos que no pretendía, porque ni la iniciativa más pujante puede imponerse a la realidad. Simétricamente, el panorama estatal tiene que habituarse a un nuevo inquilino que ha venido para quedarse. Es otro dato que emparenta a Iglesias con el Felipe González de los años setenta, un líder con demasiados apoyos para escudarse en la falta de espacio en el espectro previamente diseñado. También aquel líder progresista impidió la radicalización de las izquierdas, mientras adaptaba su personaje para que fuera digerible por las decisivas clases medias. Tres décadas más tarde, el radicalismo de Iglesias tampoco será establecido por su cuna, según pretende torpemente Esperanza Aguirre. El retrato definitivo se grabará en la línea de meta.

Produce cierto estupor contemplar a políticos de la talla de Juan Carlos de Borbón, Rubalcaba o Duran, desplazados del estadio por una marca cuando menos irreverente. Conviene recordar que el establishment italiano también tacha de "bárbaro" a Renzi, el gobernante al que insiste en parecerse Pedro Sánchez pese a que no poseen ni un rasgo en común. En Cataluña puede doler la obviedad de que una parte de la ciudadanía prefiera romper antes con la configuración actual de la banca que de las Españas. Los gobernantes deben aprender de instituciones más sibilinas, como el Tribunal Supremo. Hace un año, exculpaba de una tacada y sin pestañear a José Blanco, Yolanda Barcina, Jaume Matas y Francisco Camps. Con las europeas en el cogote, desaconseja el indulto a Matas y mantiene la pena de cárcel a Carlos Fabra. Los magistrados también entienden de códigos electorales.