Escribe usted cartas? ¿Abre el buzón de su casa con ilusión? Cualquier otra pregunta de este estilo está tan pasada de rosca como lo están ambas dos. Hoy en día el buzón existe para recibir multas de tráfico, tristes extractos bancarios y mucha propaganda. Varios kilos de propaganda al año. Pero cartas, pocas, por no decir ninguna. Quizá algún tarjetón, poco más. Hasta las felicitaciones de Navidad llegan por sms y correo electrónico. Lo que empezó el teléfono lo ha rematado internet, produciéndose un curioso fenómeno: la pérdida de valor del recuerdo. ¿Qué mérito afectivo tiene que quien te felicita por tu santo o cumpleaños lo haga porque lo lleva en la memoria de datos y avisos de su teléfono móvil?

Pero el correo electrónico ha conseguido que vuelvan a escribirse cartas. Cierto que ha creado un lenguaje nuevo lleno de tonterías y malos modos -la cortesía y la buena educación (rasgos esenciales de una correspondencia) han menguado en esa clase de correo-, pero también ha repescado a quienes escribían cartas y dejaron de hacerlo por inexistencia de interlocutores. Quizá de aquí a unos años, se revisen los discos duros de los ordenadores, en busca de correspondencias íntimas que nos hablen de la época con más precisión y verdad que las crónicas periodísticas de este tiempo, que es el nuestro. Recuerden la novela epistolar Las amistades peligrosas.

Por si acaso y para abrir boca, acaba de aparecer en España un libro delicioso titulado A la carta. Cuando la correspondencia era un arte. Lo ha publicado Elba, la editorial que dirige con buen gusto Clara Pastor y donde leí, tiempo atrás, dos libros que no he olvidado: Un tiempo para callar, de Patrick Leigh Fermor -libro que sigo recomendando (y regalo) aquí y allá- y Viaje a Jerusalén, de Evelyn Waugh, que prologó el escritor mallorquín Valentí Puig. A la carta es un libro también prologado por Puig, pero no sólo prologado, sino inventado por él, que ha puesto la idea, seleccionado las cartas que lo integran y escrito una colección de notas sobre sus autores -lúcidas, irónicas, epigramáticas-, que sólo por ellas, ya valdría la pena leerlo.

Todos los escritores tienen a otros escritores detrás. Hay una conexión innegable entre Waugh y Puig -una madura deuda de juventud-, como la hay, por ejemplo, entre Puig y Pla, o entre Puig y Miquel dels Sants Oliver. El Oliver ensayista y el Oliver periodista -el Oliver que pensó su cultura y su sociedad e interpretó la Historia- hallan un paralelo contemporáneo en el Puig periodista y ensayista. De más complejidad en este último -piensen en L´ós de Cuvier, Moderantismo, o Los años irresponsables- pero de la misma destreza cultural: un libro como la biografía de Lady Hamilton -de Puig- podría haber sido trazado en una de las Hojas del Sábado de Oliver. Pero dejemos las familias intelectuales a un lado y vayamos a las cartas que forman A la carta. O las cartas como arte de vida.

Hay en ellas sorpresas para todos los gustos. ¿Sabía usted que Mahatma Gandhi escribió a Adolf Hitler criticando el imperio británico? ¿O que Plinio el Joven hizo la mejor crónica de la trágica erupción del Vesubio del año 79 d.C., destinada a su amigo el historiador Tácito? ¿Y que Elvis Presley se ofreció a Nixon como agente secreto del FBI, dispuesto a delatar a aquellos entre los que se movía habitualmente? Y si usted es artista y aficionado a la queja respecto al mundo artístico -o literario- en general, lea la carta de Bulgákov dirigida a Stalin y dará gracias el resto de sus días por haber nacido dónde y cuándo lo hizo.

"Allí donde alcanzamos a ver el universo transparente, allí se encuentra el secreto del mundo", escribe el teólogo Teilhard de Chardin a un amigo el 15 de abril de 1923. Madame de Sevigné le narra a Madame de Grignan -es la primavera de 1671- el suicidio de Vatel durante los banquetes ofrecidos al Rey, y Paul Valéry le dice a Victoria Ocampo al comienzo de la Ocupación: ´ahora el desastre público engendra todos los desastres personales´. ¿Les suena? Hay más y de igual calidad o mejor: viajes, decisiones políticas, requiebros amorosos, conspiraciones cortesanas, enfados entre viejos amigos€ Leopardi, Joubert, Samuel Johnson, Li-Po, Ortega, Scott Fitzgerald y otros, son los distintos corresponsales. A la carta no tiene desperdicio y como lectura de verano -leer como quien sestea o prepara el aperitivo- resulta impagable.

Es curioso como las costumbres entre las que hemos crecido pueden desaparecer de un día para otro sin que adquiramos conciencia plena de lo que representó en su momento esa desaparición. Esta selección de cartas hecha por Valentí Puig nos recuerda un rasgo de la civilización que ya escasea: cuando al dirigirse a alguien por escrito, quien lo hacía pensaba más en su interlocutor que en sí mismo. Así han pasado estas cartas a la literatura y a la Historia. Leyéndolas, no lo duden, serán más felices.