Opinión | Al Azar
Matías Vallés
Aquí no hay playa
He firmado informaciones mentirosas sobre la desaparición inminente de las playas de Mallorca, avaladas por geólogos catastrofistas. Aprovecho para pedir perdón, me despisté de mi fe en que ni los dioses telúricos lograrían castigar a la isla con la saña desplegada por los nativos. Aquí no hay playa, como predijeron los científicos, pero porque ha sido engullida por una plaga de tumbonas individuales o dobles, sombrillas, voleibol, motos acuáticas, bananas, velomares y planchas para practicar el deporte bobo de cada verano. El litoral playero ha sido desfigurado por un arsenal de inventos ridículos para gentes inquietas, que tienen una solución muy barata si se aburren en la playa. No pisarla.
Con la carrera de obstáculos diseñada por las autoridades, descansar en una playa mallorquina es más arriesgado que pasear por Palma. El menú completo solo necesita la peste de ciclistas playeros, y todo se andará. La tortura de los supervivientes corre a cargo del infierno sonoro de los negocios citados. El planeta mejoraría si se liberalizara la caza de disc-jockeys y percusionistas, cavilo mientras los invasores de playas recogen y almacenan sus enseres sobre la arena, otro privilegio.
La comercialización de cada grano de arena mallorquín no podía empeorar, así que Costas lo ha logrado. Se trata de la institución más siniestra de Balears, en dura liza con Puertos y Aena. Los escasos metros cuadrados libres de tumbonas y bananas han sido concedidos a chiringuitos deleznables, donde la oferta de una felación en masa mejoraría la calidad de los antros instalados con la bendición de Rajoy. Los baruchos son indispensables desde la logística, porque ya se sabe que la costa mallorquina flojea en restauración. Se levantan sin los requisitos exigidos a los locales de ocio. Si se montaran en plena calle, serían retirados por insalubres, y los consentimos en nuestra única fuente de ingresos. La autoridad no pierde oportunidad de sugerirnos que estorbamos, el mundo se divide entre los pueblos malditos y los que persiguen la maldición.
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