La decisión de Alfredo Pérez Rubalcaba de abandonar la política y volver a su trabajo de antes, el de profesor de química en la universidad, ha levantado un revuelo tal que pone de manifiesto hasta qué punto el de político se considera un empleo de por vida tan lleno de prebendas que sólo a un loco se le ocurriría dejarlo. Sueldos principescos; dietas a saco, viajes pagados, comidas gratuitas, pensiones que multiplican varias veces la máxima y hasta un plus de residencia aunque dispongan de casa en la ciudad. ¿Volver al trabajo? ¡Qué disparate! Tan digno de estudio es un caso de trastorno mental así que un diario madrileño ha echado cuentas y le salen sólo cinco políticos de altura que volvieron al curro de verdad, con Gerardo Iglesias picando de nuevo en la mina como ejemplo más notorio.

Dar clases en la universidad no es lo mismo que sacar carbón bajo tierra pero de inmediato han salido voces que sostienen que el todavía secretario general de los socialistas lo tiene crudo. En las dos décadas largas en que se ha dedicado a otra cosa, dicen los avisados, la química orgánica ha cambiado tanto que al profesor Rubalcaba le va a ser imposible ponerse al día. Pero no es ni por asomo el único caso conocido de vuelta a las aulas. José María Maravall dejó su cargo de ministro de Educación para volver a su cátedra de sociología y allí permaneció hasta su jubilación. Bien es verdad que él mismo confiesa que sus alumnos sentían más curiosidad por sus experiencias políticas que por las leyes sociológicas pero no parece que eso le dejara sin armas docentes que manejar. Otra cosa es que en el departamento cierren filas y le nieguen las asignaturas a quien vuelve, en nombre de los derechos adquiridos de quienes le sustituyeron. En ese aspecto, con la Iglesia hemos topado.

Al oír en la radio a dos profesores muy conocidos, filósofo uno, químico el segundo, predecirle a Rubalcaba todo tipo de dificultad en sus clases se me ocurrió preguntarme cuál debe ser el número de titulares y catedráticos de la universidad española que, tras ganar la oposición, no han publicado ni un solo artículo en las revistas de prestigio de su área durante veinte años, ni han dado una ponencia en un congreso de altura, ni han obtenido un proyecto de investigación. Cualquiera sabe pero, aunque sean una minoría, los profesores así existen, ya lo creo. Por desgracia el sistema del funcionariado no cuenta con ningún instrumento eficaz para mandar a su casa „o al escaño parlamentario„ a quien, sobre no gustarle la docencia, tampoco la ejerce manteniendo unos mínimos de actualización.

Con muy pocos problemas va a tropezar quien vuelve, pues, a las aulas incluso si es incapaz de recuperar el nivel necesario para dar una asignatura de primer curso. Me extrañaría que a alguien como Pérez Rubalcaba le resultase difícil lograr esa puesta al día pero, de sucederle, iba a encontrarse como pez en el agua.