Donde se intentará demostrar que un voto a Podemos no equivale a uno a PP o PSOE. Todos los sufragios cuentan igual, pero no todos cuestan igual. Sin ánimo de violar intimidades, cuando se vota a una opción mayoritaria no se efectúa un planteamiento tan estricto como al abandonar el camino trillado para explorar una alternativa electoral. No es lo mismo mantenerse casado un día más que adoptar la resolución de divorciarse en idéntico día, aunque ambos comportamientos conllevan una decisión de calado sobre la continuidad matrimonial. Una vez adoptada, la ideología se ancla con una poderosa inercia.

Examinando la cuestión en sentido contrario, más de un millón de votos a Podemos demuestran la magnitud del proceso de desmarque de las grandes siglas que se está produciendo en España. Desavenencias de menor magnitud podrían enmendarse con un cambio de rostros o de índices programáticos. Ahora bien, si los votantes irreductibles se muestran dispuestos a migrar a formaciones inexistentes hace medio año, el problema radica en la propia marca. Un serio contingente de votantes ha manifestado que no hay que cambiar al PP y al PSOE, sino que hay que cambiar de PP y de PSOE, partidos fallidos. La pregunta es, ¿cuántos electores comparten dicha opinión?

La ciencia emplea diversos conceptos para calibrar la tentación del proceso irreversible. La energía de activación, la velocidad de escape, la masa crítica, el tipping point o gota que colma el vaso. Se requiere un esfuerzo notable para alcanzar el momento en que el cambio deja de ser deseable para hacerse inevitable, un proceso que en el lenguaje electoral reciente se simboliza en votar a Podemos. Sin embargo, la marcha atrás resulta tan ardua como la huida primitiva. Las creencias no sirven como guía, porque un contingente sustantivo de los votantes exiliados juraron fidelidad eterna, una convicción compartida con una parte sustancial de las parejas en el instante del matrimonio.

PP y PSOE actúan como si su pecado fuera venial y reversible. La ciencia y la contabilidad de divorcios no resultan muy prometedoras para avalar su despreocupación. Una vez alcanzado el punto de fuga, los resistentes atienden más a los desertores que a sus anteriores guías. Resulta más cómodo abandonar que resistir. Se produce la estampida o reacción en cadena, un concepto seductor para describir la actual situación española. En el enésimo balance de las europeas, Valenciano expulsaba a los votantes del PSOE, y Cañete los empujaba hacia Podemos.

El problema no es que se vayan a Podemos, sino que se vayan. Han abandonado los votantes más concienciados políticamente, con un serio potencial de propagar su resolución. Se dirá que los políticos están demasiado ocupados en la gestión de sus fondos de pensiones para preocuparse por la revolución electoral de sus conciudadanos. En contra de la inconsciencia que se les achaca, PP y PSOE han sabido leer perfectamente las elecciones europeas. El semblante cariacontecido de los miembros de un Gobierno con mayoría absoluta se complementan con movimientos „prospecciones de Repsol, privatización de Aena, rebaja de impuestos a grandes sociedades, exclusivas a Telefónica„ con el solo objetivo de recolocar a los ministros salientes el año próximo. Basta repasar los destinos laborales de Magdalena Alvarez, Pedro Solbes, Elena Salgado o Fernández de la Vega. La puerta giratoria es un término demasiado noble, que los franceses resuelven con el casposo pantouflage, de la pública a la privada sin descalzarse las pantuflas.

Al tratarse de un hundimiento estructural y no coyuntural, los gobernantes cínicos pueden alegar en el más puro estilo Rajoy que no procede acometer reformas, sino disfrutar de los cargos agónicos mientras a su alrededor suena la orquesta del Titanic. Una vez elegido en 2008, Obama convocó a su futuro secretario del Tesoro, Tim Geithner, para que le sugiriera las metas que le convendría coronar en su mandato. El economista escrtiba en sus memorias que le señaló a sus superior que "su mayor logro consistiría en prevenir una segunda Gran Depresión". Obama le replicó sin titubear que no quería ser recordado por lo que había evitado. Mucho más modesto, el Gobierno español ni siquiera habrá evitado la disolución del statu quo que lo consagró. Qué tiempos, en que basta quedarse quieto para convertirse en un radical.