La declaración universal de los derechos humanos, proclamada por la ONU en1948, dice en su artículo tercero: "Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona". Ya que la RAE define individuo como "cada ser organizado, sea animal o vegetal, respecto de la especie a que pertenece", concluiremos que en España el disfrute de esas tres quimeras se hace extensible a bestias y plantas.

Vale que cuando la ONU dijo "individuo", no lo hizo en castellano y se refería sólo al ser humano, pero no deja de ser una soberana estupidez establecer por decreto una prebenda que, por el simple hecho de tenerla estamos abocados a perder. Que yo sepa, Dorian Gray sólo existió en la mente de Wilde y aunque muchos suspiran por la eterna existencia terrenal, nadie la ha conseguido hasta la fecha. Se nos permite estar vivos mientras conservamos la vida. Transcurrido ese inevitable período queda extinto el privilegio. Si el derecho a vivir sólo es para los vivos, ¿qué utilidad tiene? Algunos dicen que preserva el alumbramiento de los no nacidos, pero no dudan en convertir en un infierno la vida de los maltratados por la genética, negándoles en forma de austeridad ajena cualquier atisbo de dignidad. Se les obliga a nacer con la condición de no molestar demasiado. Declaro pues, en lo que a la vida se refiere, totalmente inútil e inconveniente este artículo y, en cuanto al resto, estrepitosamente inoperante.

Más coherente es el tercer artículo de la declaración universal de los derechos del animal, proclamada en 1978 por una misteriosa Liga Internacional (de la que nunca más se supo) y supuestamente aprobada por la UNESCO y la ONU (aunque ni en Wikipedia saben cuándo ni dónde) que reza en su punto b: "Si es necesaria la muerte de un animal, ésta debe ser instantánea, indolora y no generadora de angustia". Muchos humanos firmaríamos merecer tal franquicia.

Puede parecer que matar a nuestros semejantes, las bestias, para devorarlas es un acto de canibalismo. De ser así, me declaro animalista pecador. Respeto al vegetariano siempre que no incurra en los tres grandes errores de cualquier religión: fundamentalismo (esto es así porque lo digo yo), sectarismo (estás conmigo o contra mí) y proselitismo (evangelicemos a los infieles carnívoros para vivir todos en paz y armonía; y si no quieren, les condenamos). Comiendo buey ecológico en lugar de ternera de engorde puedo incidir en el mercado favoreciendo a ganaderos responsables, castigando económicamente a los demás y aumentando los años de vida del animal. Dejar de consumir carne sin más es salirme del mercado y perder la fuerza que tengo como consumidor; mirar hacia otro lado con la conciencia tranquila de estar libre de pecado, como hacen ciertas órdenes monacales.

Pero, retomando el tema, nuestros semejantes, las bestias, disfrutan de un privilegio, la eutanasia, que a nosotros se nos niega: el derecho a la buena muerte cuando no es posible una buena vida, entendiendo como tal la que se lleva en libertad, con dignidad y no conlleva dolor perpetuo.

Los bienintencionados legisladores obviaron en 1948 un fuero tan elemental. Reclamo para el hombre este derecho o el derecho, por lo menos, a decidir.