Propongo que se establezca un principio básico para la administración española incorporándolo, si resulta aconsejable, al texto constitucional. La fórmula es sencilla. Punto único: ¿por qué hacer las cosas bien y con tiempo suficiente si se pueden hacer a toda prisa y de forma chapucera? El último ejemplo, que resulta del todo pertinente, es el de la ley aprobada ayer en el Congreso acerca de la abdicación real. Se trata en realidad de un procedimiento de lo más técnico y rutinario destinado a dotar de contenido a los muchos detalles que aparecen cuando se trata nada menos que de sustituir al Jefe del Estado. Se trata de un monarca en este caso pero sería por igual necesario de tratarse del presidente de una hipotética república. Semejante procedimiento legal tenía que haberse aprobado hace una barbaridad de tiempo; nada más convertirse la Constitución en la carta magna que establece los derechos y deberes de los ciudadanos. Pero no; se ha esperado al último momento cuando, al hacerse pública la voluntad del rey don Juan Carlos de abdicar, no quedaba otro remedido que ponerse a hacer los deberes porque le quedan cinco minutos al tiempo del examen. Y como para dar a entender que la cosa no es para tanto, que se trata de poco menos que de un trámite, se procede casi con nocturnidad y alevosía llevando a cabo la discusión y votación por el procedimiento de urgencia, o como sea que se llame el modo de las chapuzas, dando paso a un relevo en la jefatura del Estado al que ni siquiera van a asistir los príncipes de Mónaco.

Buena parte del país, por no mencionar a sus representantes en Cortes, aprovechó que el Pisuerga pasa por Valladolid para proponer que en vez de abordarse la ley de renuncia real se diera paso a una discusión acerca de cuál debe ser el sistema de gobierno en España con las alternativas de monarquía o república sobre la mesa. Así de pronto y como quien no quiere la cosa o, mejor dicho, por medio de un referéndum que es uno de los mecanismos más honorables y serios que existen para conocer la voluntad ciudadana. Pero sucede que ese planteamiento, cuyo calado merece como es lógico un proceso de discusión seria, profunda y sosegada, no tiene nada que ver con la urgencia-chapuza de la ley de renuncia. Una vez más, se nota la necesidad de aprobar cuanto antes la fórmula magistral a la que me refería antes, la de que jamás hay que hacer las cosas como se debe sino más bien al revés. Porque ni yo ni nadie sabe cuántos ciudadanos creen que es éste el momento adecuado para tratar el sistema del Estado „incluyendo, digo yo, las cuestiones catalana y vasca„ pero son bastantes los que se preguntan en qué estarían pensando nuestros padres de la patria durante estos cuarenta años transcurridos en los que, en teoría, al rey se le podría haber ocurrido en cualquier momento lo de abdicar, con las Cortes mirando para otro lado.