La sesión parlamentaria de ayer, que supuso la aprobación por el Congreso del proyecto de ley orgánica por el que se hace efectiva la abdicación del rey Juan Carlos I de Borbón, no fue un simple acto rutinario que apenas debía corroborar la previa conformidad de las grandes mayorías políticas: a lo largo del desarrollo legislativo, quedaron claros los problemas de coyuntura por los que estamos atravesando y se atisbaron cuáles podrían ser las consiguientes soluciones.

El presidente Rajoy pronunció un discurso frío y aseado en el que puso en valor el reinado que concluye, elogió la preparación del rey que llega y dejó sentado que el modelo de Estado, consagrado en la Constitución, no está hoy en juego. Para él, estamos ante un "cambio de página del mismo libro".

Más expresivo e incisivo estuvo en cambio Rubalcaba, que acertó plenamente en la interpretación de la secuencia sucesoria. Para el todavía jefe de la oposición, no sólo estamos ante un relevo generacional sino ante la apertura de un tiempo nuevo, que debe caracterizarse por el diálogo y la renovación, y que ha de afrontar con realismo las tres graves crisis que tenemos abiertas: la social „hay muchos damnificados por la terrible recesión que no han levantado cabeza todavía„, la política „existe una seria desconfianza de la ciudadanía en las instituciones y en sus titulares„ y la territorial „con Cataluña reclamando el ejercicio del derecho de autodeterminación„. La solución exige profundos cambios conceptuales e incluso una reforma de la Constitución que renueve el papel de los partidos, modifique el sistema electoral y aborde los problemas territoriales en una dirección federal.

Según Rubalcaba, que citó el accidentalismo de su partido en boca de Gómez Llorente, el tiempo de Felipe VI ha de caracterizarse, en fin, por la apertura a significativos cambios institucionales y constitucional, por lo que debe aprovecharse el impulso asociado a la llegada del nuevo rey para salir del impasse presente, modernizar la democracia y encontrar el modo de recuperar la confianza recíproca entre Cataluña y el Estado.

Porque la intervención de Duran, también significativa y relevante, no fue la de quien persigue la ruptura sin atenerse a razones sino la del quejumbroso y doliente ciudadano periférico que se lamenta de la exclusión padecida, del maltrato moral que le ha sido deparado, de la "política pequeña" de que ha sido víctima „su memorial de agravios ha resultado esta vez convincente„. Duran ha lamentado que este Estado "no haya sido neutral con Cataluña" y que ello haya destruido la confianza. Duran, que ha aludido también al accidentalismo, aunque en su caso de la mano de Cambó, ha pedido expresamente al nuevo rey sensibilidad hacia Cataluña y que, a través de sus funciones constitucionales de arbitraje y moderación, impulse la regeneración del régimen y un mejor trato para el Principado. En el guión estaba, indefectiblemente, la consulta, pero en este contexto la alusión tenía un simple valor retórico, como es natural.

El rey Felipe „no hay ninguna necesidad de aludir constantemente al numeral, que invoca una dinastía extemporánea„ habrá de moverse en todo momento en el estrecho territorio de sus funciones constitucionales, pero sin duda cabe en ellos el estímulo y el impulso a la política. Y lo que se espera de él es que excite esa renovación inaplazable y la búsqueda hasta la extenuación de cauces de concordia que reconstruyan la unidad nacional. No será tarea fácil, pero ha de abordarse cuanto antes y con optimismo.