La presidenta de Andalucía ha declinado presentar su candidatura a la secretaría general del PSOE, con el argumento de que tiene un compromiso con Andalucía que no puede eludir. Ésta es sin duda una razón de peso para mantenerse al frente de su comunidad autónoma, en la que acaba de lograr un buen resultado en las elecciones europeas, ya que el PSOE ha aventajado al PP en nueve puntos porcentuales. Sin embargo, hay otros motivos de mayor calado que justifican esta decisión, que en principio parece acertada.

Hoy, Susana Díaz es la personalidad socialista con mayor cuota de poder político en el Estado, dado que gobierna la mayor comunidad autónoma; y no le hubiera sido difícil conseguir con ese bagaje la secretaría general, aunque no por unanimidad ni por aclamación, ya que hay unos pocos barones regionales que no la apoyan. Sin embargo, su irrupción al frente del PP, condicionada a un gran apoyo previo, hubiese cerrado nuevamente en falso la ostensible crisis socialista, cuya solución requiere una ruptura del mensaje y un gran cambio en la imagen y la comunicación así como en los procedimientos de participación y promoción interna.

Susana Díaz, aunque innovadora por su juventud, es un producto genuino del aparato, que ya se impuso en Andalucía sin necesidad de primarias precisamente por su condición de indiscutible epígono de Chaves. Su aterrizaje en Madrid, también sin primarias o tras unas primarias muy desequilibradas, hubiera dado sin duda estabilidad a la formación política pero a costa de lastrar el ineludible debate que tiene que producirse y de impedir una liturgia electoral muy saludable del estilo de la que tuvo lugar en el año 2000 cuando Zapatero consiguió la secretaría general.

Para salir del pozo, el PSOE necesita detectar primero las causas tácticas e ideológicas de su declive „su alineación con las políticas de recortes de Bruselas, aquella reforma exprés de la Constitución, su resistencia a tomar partido abiertamente contra los desahucios, etc.„ para auspiciar después un debate abierto y profundo sobre cómo recuperar el pulso ciudadano sin desbordar el sistema, es decir, sin salir del marco europeo ni renunciar al euro. Se trata, en definitiva, de recuperar la preocupación por las personas „los parados, los que están bajo el umbral de la pobreza, los jóvenes sin expectativas, etc.„, que debe predominar sobre todo lo demás, y de rebelarse contra un statu quo que considera normal rescatar bancos „el Gobierno ha decidido ya devolver 1.300 millones de euros de los 41.300 que nos ha costado el rescate, antes incluso de retirar los copagos sanitarios más sangrantes, por poner un ejemplo bien a mano de lo que se quiere decir„ y anormal proteger a las familias que se encuentran en estado de necesidad.

Y de ese debate, público y abierto, debe salir el nombre del futuro secretario general, quien debe reclamar para sí apoyo suficiente para llevar a cabo esta regeneración ideológica, necesariamente audaz, que represente el despegue del partido hacia un futuro menos convencional y resignado. Porque seguramente no era legítimo dejar a tanta gente en el camino durante esta interminable crisis para conseguir a tan alto precio la recuperación. Había sin duda formas de salir del pozo menos traumáticas y más justas, aunque aquí los grandes partidos no hayan sido capaces de encontrarlas. Y por ello hoy, junto a los programas de futuro, han de presentar disculpas por los errores cometidos.