Al fiscal general del Gobierno llama "lobo feroz judicial" al magistrado José Castro. Supongo que estamos autorizados por tanto a bautizar a Eduardo Torres-Dulzón como "oveja dócil de Rajoy". Emitida su genialidad, el altísimo cargo se ríe con ganas. En nuestro nombre, porque encabeza el ministerio público. Antes de aplaudirle, le reprocharemos un chiste con una calidad indigna de Chiquito de la Calzada, y esperemos que este insigne humorista no se ofenda por la injuriosa comparación. Dada su escasa gracia, el funcionario debería advertir que hace de cómico, para que le acompañemos en la carcajada. Suele funcionar el recurso a un distintivo, tal que encasquetarse un cucurucho en la cabeza antes del "lobo feroz". Así sabremos a qué atenernos

No encaja usted ni una broma, me reprocharán las lectoras. Aceptemos la premisa. Sin embargo, la primera ley de la sátira es la ecuanimidad en su dosificación. Me concederán que el fiscal general del Gobierno y cultísimo cuentista no incurrirá nunca en el jocoso desliz de llamar "Infanta Caperucita" a la hija del Rey que saqueó fondos públicos, aunque sería el lógico colofón de la parábola. Al contrario, la fiscalía le ha escrito encendidas cartas de amor a Cristina de Borbón, por no hablar de la reunión política en La Zarzuela que el gracioso fiscal no ha explicado. Por tanto, "lobo feroz" no marca la entrada de Torres-Dulzón en el club de la comedia. Es solo un insulto, programado en las altas sentinas.

A ver si nos aclaramos. Cuando un magistrado imputa a un ciudadano, el débil es el ciudadano apresado en los engranajes procesales kafkianos. Ahora bien, cuando un magistrado imputa a una princesa, el débil es el juez. Torres-Dulzón no pretendió rebajar la tensión, sino degradar el robo de millones de euros a los contribuyentes según su propia acusación. Sus amigotes de Madrid le habrán felicitado calurosamente, pero un fiscal general de risa suscita cierta inquietud en un país en zozobra. Y por supuesto, todo lo anterior es una broma, que ustedes pagan a escote.