Este periódico puso el domingo la llaga en la herida sangrante de la quiebra de la educación que existe en el reino y, en particular, en nuestro archipiélago puesta de manifiesto a través de los análisis que el Instituto Nacional de Evaluación Educativa, dependiente del ministerio del ramo, lleva a cabo respecto de los indicadores del último informe PISA. De hecho, y a tenor de la insistencia de los estudios de la OCDE que llevan ese nombre, el de Program for International Student Assessment (conocido por sus siglas, PISA) el instituto de marras podría estar aún evaluando cualquiera de los informes anteriores. Son recurrentes respecto de la falta de comprensión, capacidad, desarrollo, habilidad para el cálculo y la lectura y, en general, lo que cabe englobar bajo el concepto de educación que da nombre al ministerio. Pero parece que poco importa porque, tras poner el grito en el cielo por el pésimo nivel que alcanzan nuestros escolares, seguimos la misma fórmula de siempre.

Consiste en achacar el continuo fracaso a la ley educativa en vigor y diseñar una nueva que consiste, en esencia, en dejar las cosas como estaban „si no se procede a empeorarlas„ pero intentando sacar provecho ideológico del supuesto cambio. Desde que tenemos un sistema democrático son incontables en España los gobiernos, los ministros y los directores generales que han propuesto reformas educativas basadas en el sortilegio de que el aprendizaje depende del nombre, contenido y horas dedicadas a las materias dignas de estudio, con la particularidad de que a las que nadie discute „matemáticas, física, química, biología, por poner algunos ejemplos„ se añaden otras cargadas de munición política „lengua, con el necesario apellido del idioma del que estemos hablando„ y un par de ellas, por fin, cuyo alcance ideológico no se le escapa a nadie: religión y sus posibles alternativas, con la ética y la formación para la ciudadanía como principales ensayos.

Quizá sería cosa de entender que además de lo que se tiene que estudiar está, en muy primer lugar, la cuestión esencial de cómo hacerlo.

Desde la polémica inútil acerca de si el aprendizaje implica esfuerzo „¿cómo podría ser de otra forma?„ se llega muy pronto al aspecto esencial: quiénes deben transmitir los conocimientos y dónde deben hacerlo. Según parece, el Instituto Nacional de Evaluación Educativa para haberse caído por fin del guindo entrando en la cuestión esencial de cómo influye la familia en el nivel que alcanza cada estudiante. Ya era hora. Creer que la escuela es la única fuente de enseñanza es una estupidez que estamos pagando muy caro. Y la moraleja es fácil: mientras cunda el paro, los trabajos sean precarios y el interés por las artes, las ciencias y las letras nulo, los escolares de las familias lastradas por esas rémoras no saldrán del círculo vicioso. Ni con nuevos planes de estudio, ni con ministros que, si fuesen evaluados por PISA, igual sacábamos alguna otra conclusión interesante.