El rey Juan Carlos ha abdicado pocas fechas después de conocerse los resultados de las elecciones europeas. Yo, quizás malpensado, no creo en las casualidades. ¿Están relacionadas ambas realidades? Guste o no, los resultados electorales significan, especialmente en los actuales momentos de crisis, un fuerte varapalo a las instituciones democráticas así como a sus actores. Todo ello aderezado por el impulso de una nueva organización política, Podemos, que ha obtenido más de un millón y medio de votos. De momento, indignadas personas ilustres, venerables, insignes y bienpensantes, descalifican a sus lideres calificándolos de bolivarianos y discípulos del venezolano Maduro, y a sus votantes como frikis o ingenuos.

Este nuevo escenario ha provocado desconcierto y cierto pavor en tutti quanti. Los poderes fácticos, las Instituciones, las castas anquilosadas en los partidos y en otras organizaciones€. Y también la monarquía. Porque tal desafección ciudadana también incluye a la Casa y Familia Real, así como a sus miembros, relacionados más o menos directamente con presuntas corrupciones, comportamientos "privados" no edificantes, y otras lindezas.

Las reacciones no se han hecho esperar. El establishment, con sus entornos mediáticos (que siendo normalmente encarnecidos rivales, aquí han coincido en portadas, editoriales€), han salido en tromba defendiendo a la Casa y Familia Real, ante el riesgo de que una parte relevante de la ciudadanía incluya a la monarquía en su demanda de regeneración democrática.

El rey Juan Carlos es el principal y casi único protagonista, junto a Suárez, de la Transición. Olvidando que, los "padres de la Constitución" fueron fundamentalmente personas relevantes procedentes de partidos democráticos. ilegales y perseguidos durante la dictadura, a los que se unieron otros personajes de raíces franquistas (el caso más insigne es Adolfo Suárez) que tuvieron la inteligencia de comprender que el antiguo régimen no tenía futuro. Juan Carlos, sin duda, fue una pieza básica del puzzle de la Constitución democrática pero no fue su gozne. Y como no podía ser de otra manera, su abdicación es un acto lúcido y responsable, porque la monarquía, encarnada en Felipe VI, es la única institución capaz de garantizar la estabilidad. A rey abdicado, rey puesto. Y a otra cosa mariposa.

Los dos partidos más afectados, aunque no sólo, han sido el PP y el PSOE. Los populares son monolíticos. El insigne fiscal del Estado, de apellido Torres Dulce, ha afirmado sin ningún pudor que "lo que no está en la Constitución no existe". Fuera impera el reino de las tinieblas, habitado por radicales e ignorantes. Las declaraciones solemnes de sus dirigentes son antológicas, así como en un reciente botafumeiro de Aznar a la realeza en un diario británico. En la familia socialista hay mayor diversidad, dentro de un orden. La todavía reinante ejecutiva, barones relevantes€ mantienen actitudes constitucionalistas (y monárquicas de rebote) próximas a los populares, y algunos candidatos a la secretaría se muestran prudentes (?) quizás por aquello de que "el que se mueva no sale en la foto". Pero es manifiesta una rebeldía relevante entre militantes y simpatizantes que demandan un referéndum sobre nuestra forma de Estado relacionada con la necesaria reforma constitucional. Ya no vale aquel argumento de que "ahora no toca", sin saber nunca cuándo va a tocar. Cuando se quiso, se cambió un artículo de la Constitución en 24 horas. Y tampoco cuela contrarrestar argumentos políticos de regeneración democrática con contraargumentos jurídicos de manual de Derecho Constitucional.

Somos muchos, incluidos monárquicos y republicanos, que pensamos que la actual Constitución, reconociendo sus servicios, ya no resulta útil ni adecuada como marco regulador de la convivencia de los españolitos y españolitas del siglo XXI. Deben incluirse y blindarse derechos no suficientemente explicitados (como el derecho a la sanidad, entre otros). Debe replantearse el actual modelo territorial y sus consecuencias institucionales. Deben reformarse en profundidad los artículos referidos a los partidos políticos, que posibiliten y faciliten una nueva ley de partidos políticos (vgr., su financiación...), así como una nueva ley electoral. Y ¿por qué no, incluir un referéndum sobre la forma de Estado (monarquía o república)? Si ganara la monarquía saldría robustecida por un aval democrático hoy no ratificado, y la inmensa mayoría de los republicanos como es lógico aceptaríamos la decisión democrática. Y se supone que al revés también. ¿A qué se tiene miedo? Posiblemente a perder privilegios, cargos, prebendas y otras bagatelas.