Los dirigentes convencionales repiten como loros que para resolver los problemas de Europa hace falta "más Europa". Este es el corolario de sus profundos análisis, mientras vemos cómo se va infiltrando la antieuropa en las instituciones comunitarias. El crecimiento cuantitativo de lo mal hecho no promete calidad sino mayor cantidad de error. La última legislatura europea perdió mucho tiempo entre tabarras parlamentarias de euroescépticos, separatistas y xenófobos. Las elecciones del pasado 25M denotan el subidón del bicho invasor, una vez constatada la porosidad de los muros. Entretanto, el discurso robótico de los segundones sigue pidiendo más Europa sin reparar en que, sin un cambio, eso significa también más Antieuropa. El modelo está agotado, salvo para la hegemonía de unos sobre otros, o de uno sobre todos. En suma, es la antítesis del espíritu y la letra de Maastricht y Lisboa.

El discurso oficialista no se atreve a pedir "otra" Europa, la altereuropa por la que claman los europeístas incondicionales: un espacio de solidaria diversidad, sin instrumentos coactivos de unos miembros contra otros. El fracaso está en la rígida y burocratizada imposición de consignas de obligado cumplimiento, desprovistas de un nexo de idealidad y reacias a las armonizaciones fiscales y bancarias que garanticen la estabilidad, Esa "línea de mando" no quiere compartir soberanía sino apropiársela. España „dicen„ ha hecho sus deberes en los niveles de las finanzas y las rentas del capital, pero tiene pendientes los niveles sociales, los del trabajo y sus rentas. Para normalizar exige bajas cotizaciones y subidas de impuestos indirectos: mayor sacrificio y menor cobertura para los que menos tienen.

¿Queremos realmente "más" de eso? No será extraño que el antieuropeísmo siga creciendo si el konzept, que diría frau Merkel, no cambia diametralmente. Habría que sospechar que los discursos incendiarios en las sesiones de un Parlamento que ya tiene poderes sustantivos no son mal vistos por los poderosos, en cuanto motivan la defensa de la Europa que hay y difieren el momento de concebir e instrumentar la otra. Es el normal recelo ante el hecho de que los declarados antieuropeos entren en las instituciones como Pedro por su casa, sin una barrera defensiva que remita el pensamiento "anti" al interior de los países miembros y así no incordie a los creyentes de la Europa que hay o, mejor, la que debería de haber. Si el que llama a tu puerta trae una mecha encendida, lo normal es que no le abras.