El expresidente Felipe González, que no ha perdido un ápice de capacidad analítica, ha interpretado la abdicación del Rey con especial agudeza. "Lo que yo creo „manifestaba en respuesta a una pregunta del periodista José Manuel Romero„ es que la decisión que ha tomado el Rey dará un impulso reformador de carácter general a un país que es poco reformador. Esta decisión introduce, primero, un relevo; segundo, un llamamiento a un nuevo impulso generacional y ese impulso lleva implícito un llamamiento a reformar para abrir un nuevo espacio de futuro".

Evidentemente, ésta es la razón de la abdicación, que se produce no cuando el Rey se halla postrado y disminuido sino cuando comienza a recuperarse y ha reemperndido plenamente sus agendas política e internacional. Su decisión persigue precisamente explicitar un relevo generacional que impulse al Estado con agilidad y audacia, de forma que puedan resolverse los problemas que se han encasquillado en esta etapa de importante zozobra provocada por la profunda crisis, la dudosa capacidad de la clase política y el recrudecimiento de las insaciables ambiciones del nacionalismo periférico.

No se trata, es obvio, de que el futuro Rey salga de sus limitados espacios constitucionales para desempeñar un inapropiado liderazgo político. Sí, en cambio, puede imaginarse que el monarca joven que desembarcará en las próximas semanas ponga su influencia al servicio de la reforma. Sánchez Agesta, reputado catedrático de Derecho Político que acompañó con su magisterio el proceso de la Transición española, dejó escrito que "reinar es representar el principio permanente de unidad de gobierno, sin comprometerse con las decisiones políticas cotidianas. Quien reina, no asume las múltiples decisiones partidistas que erosionan la autoridad y que son consecuencia de una sociedad pluralista, pero sí participa de todas aquellas que afectan a los intereses permanentes de la nación con su influencia. El Rey, que no ejerce poder pero tiene influencia. Tiene influencia sobre los ministros, sobre los políticos y sobre todos los ciudadanos. De hecho es, o debe ser, la persona más influyente del reino".

En la hora actual, se hace evidente que el proceso político se ha distanciado de las previsiones constitucionales, lo que sugiere a las claras la necesidad de un aggiornamento de la carta magna. La cuestión catalana, que debe pacificarse antes de que encuentre su cauce definitivo, sugiere la conveniencia de renovar el pacto constitucional en lo referente a la estructura territorial del Estado, que no ha resultado todo lo funcional que esperábamos. Y la ocasión debe ser aprovechada para modernizar la ley fundamental en cuanto requiera avance, dándole una mayor coherencia federal, revisando el papel del Senado, eliminando los conocidos resquicios machistas, etc.

Como bien dice González, este país es "poco reformador". Las dictaduras han pretendido históricamente dar leyes inmutables a los ciudadanos y existe en democracia una tendencia conservadora a perpetuar lo existente, a no correr riesgos inútiles, a orillar la innovación. El futuro Rey, que conoce bien la coyuntura, no tendrá más remedio que impulsar el cambio sin excederse de aquellas funciones que a mediados del XIX Walter Bagehot, editor de The Economist, atribuía al titular de la monarquía británica: "Advertir, estimular y ser consultado". En definitiva, la Corona, para sobrevivir y consolidarse, deberá infundir el germen de la modernización y de la reforma social, sin injerencias en el proceso político pero sin retraerse del papel que le ha atribuido la soberanía popular.