Si hay un libro que nadie debería dejar de leer hoy en día, es Madrid. El advenimiento de la República, de Josep Pla. Publicado en 1933, esa crónica de primera mano de lo que ocurrió en Madrid el 14 de abril de 1931 „y durante los nueve meses siguientes„ es uno de los libros más clarificadores que se puedan leer en estos momentos. Primero, porque Pla comprueba que un régimen que parece inamovible puede venirse abajo de la noche a la mañana, sin que se haya producido una revuelta popular y ante la indeferencia de sus propios partidarios. Y en segundo lugar, porque Pla explica muy bien que la monarquía de Alfonso XIII cayó por un irrevocable proceso de corrosión interna, sin que fuera derrocada por la actividad política de los republicanos. De hecho, éstos fueron los primeros sorprendidos por la decisión del rey de abandonar el poder.

Y es que Alfonso XIII renunció a la jefatura del Estado „porque ni siquiera abdicó„ por un repentino ataque de desánimo que nadie supo explicarse. Muchos historiadores afirman que los resultados de las elecciones municipales le fueron adversos, pero eso no es verdad: las candidaturas republicanas ganaron 3.500 concejales, mientras que las monárquicas consiguieron 23.000. La diferencia era abismal, y a favor de la monarquía, sólo que los candidatos republicanos habían ganado en las grandes ciudades. Y eso desanimó al rey, que se vio de repente sin "fuerza moral" para continuar en su puesto. El problema de Alfonso XIII es que tuvo ese súbito acceso de lucidez cuando ya era demasiado tarde. "Resulta curioso constatar „concluía Pla„ que los hombres empiezan a volverse sensatos cuando lo tienen todo perdido". Y así fue: si el rey Alfonso XIII se hubiera vuelto sensato unos años antes, quizá este país se habría ahorrado los cincos años convulsos de la II República y una guerra civil.

Cuento esto porque sería una calamidad que nuestra clase dirigente empezara a volverse sensata cuando ya estuviera todo perdido. Y lo digo porque en estos momentos, con una terrible crisis económica e institucional y una ciudadanía desorientada y malhumorada, empeñarse en mantenerse en el poder a toda costa sin ninguna fuerza moral „como descubrió Alfonso XIII„ significaría llevar al país a un inmenso "cafarnaúm", por decirlo con un vocablo que le gustaba mucho a Pla cuando hablaba de caos y de desorden. Si el actual statu quo se mantiene sin ninguna clase de cambios (cambios en cuanto a la ejemplaridad pública, cambios en cuanto a la austeridad en los altos cargos, cambios en la lucha decidida contra la corrupción y los privilegios), este país va a entrar en una dinámica enloquecida guiada únicamente por el miedo y por el odio, las dos fuerzas que cuando actúan juntas siempre acaban llevando a los seres humanos a la perdición. Es inútil que Rajoy se engañe pensando que con tímidas mejorías económicas y con cautelosas bajadas de impuestos va a contener la indignación popular. La irrupción de Podemos ha cambiado por completo las cosas con un discurso populista cargado de visceralidad y de promesas irrealizables. Y si hace cinco años los que olían sangre eran los tiburones financieros que se pusieron las botas a costa de las clases medias, ahora las que huelen sangre son las pirañas populistas que también están dispuestas a ponerse las botas a costa de lo poco que queda de las clases medias, aunque finjan defenderlas en sus programas.

Pero aún estamos a tiempo de volvernos sensatos antes de que sea demasiado tarde. A un lado están los que quieren organizar un referéndum a favor de la república e iniciar un proceso constituyente que nadie sabe en qué puede acabar. Y al otro lado están los que viven encastillados en sus privilegios y en su desprecio hacia la ciudadanía. La única solución razonable, la única que sería beneficiosa para todos nosotros, sería llegar a un gran acuerdo entre los mejores elementos de una y de otra posición, para iniciar un proceso gradual de reformas que evitase las peores tentaciones extremistas y las improvisaciones catastróficas. Y esto debería hacerse „igual que se hizo en la primera Transición„ con el acuerdo entre los representantes más lúcidos y más ejemplares y más inteligentes de los dos mundos políticos enfrentados, los del antiguo régimen y los del nuevo régimen. El problema es saber si hay personas así entre nosotros. Yo, la verdad, lo dudo mucho.