Ha tenido que pasar la recesión en Europa para que el Banco Central Europeo, aherrojado por su estatuto "liberal", consiguiese energía suficiente para tomar en consideración la necesidad de utilizar la política monetaria no sólo para controlar la inflación sino también para estimular el crecimiento y fomentar por tanto el empleo. Desde que Keynes demostró que el capitalismo no tiende espontáneamente al pleno empleo por lo que es preciso impulsar la creación de puestos de trabajo mediante políticas públicas, nunca fue más obstinada la resistencia a esta evidencia que a lo largo de la pasada crisis en Europa, cuando el BCE, atado de pies y manos, no fue autorizado a salir al paso de la crisis de deuda ni mucho menos a emular a la Reserva Federal en la entrega de una gran liquidez „700.000 millones de dólares„ a los mercados para combatir la recesión. Tan sólo fue posible arrancar al instituto emisor la garantía de pervivencia del euro, pronunciada tan enfáticamente que la crisis de deuda comenzó a remitir, lo que da idea de la gran potencia del BCE si es utilizado como instrumento de política monetaria encaminado a conseguir la prosperidad de los ciudadanos y no sólo a combatir los atávicos miedos de Alemania.

Como es conocido, este jueves el consejo de administración del BCE ha aprobado "por unanimidad" una serie de medidas „entre ellas, la inyección en el sistema financiero de 400.000 millones de euros„ para estimular la economía y alejar el riesgo de deflación que planea sobre Europa, y que recuerda el que finalmente se abatió sobre la economía japonesa, provocando en aquel país veinte años de insoportable atonía. Entre otras decisiones, el BCE ha decidido bajar el tipo de interés director „del 0,25% al 0,10%„ y los tipos marginales „desde el 0,75% al 0,40%„, medidas simbólicas pero expresivas; también son relevantes las medidas encaminadas a que el dinero fluya hacia el crédito: imponer una tasa negativa del 0,10% a los bancos que depositen recursos en el BCE y poner fin al drenaje de liquidez a la banca para compensar la compra de bonos soberanos (lo que supone una movilización de unos 164.000 millones); finalmente, la inyección de 400.000 millones en dos oleadas a lo largo de 2014, se destinará a préstamos a la economía productiva, no pudiendo utilizarse para adquisición de deuda pública ni para financiar hipotecas; asimismo, el BCE y los demás bancos centrales comprarán bonos de titulación de activos, respaldados por créditos a empresas, para facilitarles más préstamos.

La prensa internacional, que considera que las medidas anunciadas, con ser relevantes, pueden resultar insuficientes, ha hecho hincapié en que la decisión del BCE, con apoyo del Bundesbank, constituye una clara victoria de François Hollande sobre el establishment centroeuropeo que ha dominado durante la crisis. Victoria a la que habrían contribuido los países periféricos „también España„ con su presión política sobre Bruselas y sobre Berlín, con el argumento de que, una vez dejada atrás la recesión, es necesario entregar a los ciudadanos de los países más dañados unas expectativas más inmediatas. Es claro, en España y en otros estados, que el nerviosismo de las muchedumbres depauperadas crece cuando la percepción general es de creciente bonanza, por lo que la evitación de problemas de agitación social pasa por cierta agilidad en ese proceso. Los gobiernos del sur „Francia y España en especial„ están sufriendo la presión de una ciudadanía que no entendía la premiosidad de la UE a la hora de acortar el sufrimiento derivado de una crisis cuya última responsabilidad no ha sido aún exigida ni aclarada, y que ahora ve cómo los alardes de sus gobernantes no se corresponden con la lentitud con que llega para ellos el bienestar.