La hepatitis C es una grave enfermedad hepática causada por el virus de la hepatitis C (VHC). Este virus posee un genoma de tipo ARN y pertenece al género hepacivirus. Una de sus principales características es su elevada variabilidad genética, habiéndose descrito unos seis genotipos distintos, subgenotipos, cepas y quasiespecies. El genotipo o variedad genética es muy importante porque determina su distribución entre la población mundial (prevalencia) y su resistencia al tratamiento antiviral específico. En Europa, y España, predomina el genotipo 1 que es el más dificil de tratar.

Los diferentes estudios parecen indicar la existencia de unos 150 millones de personas infectadas por el VHC en el mundo (diez millones en Europa), determinando una prevalencia global del 2,3%, y superando ya el impacto de la pandemia causada por el VIH (prevalencia del 0,8%). Además existen unos 3-4 millones de personas coinfectadas por ambos virus (VHC+VIH). Así mismo, cada año se producirían entre 3-4 milllones de nuevas infecciones. En Estados Unidos mueren actualmente más personas por las complicaciones derivadas del VHC (15.000/año) que las causadas por el propio VIH (13.000/año). De forma parecida, en la Union Europea se calcula que el VHC causó en 2010 unas 50.000 muertes frente a las 8.000 causadas por el VIH. A pesar de ello, el principal problema de esta infección es que cerca del 70% de las personas infectadas desconoce que lo está. De este modo en España podrían existir unas 900.000 personas portadoras asintomáticas del VHC, siendo la principal fuente de contagio.

La infección por el VHC es inicialmente silente sin que presente manifestaciones clínicas (portador), pudiendo pasar hasta veinte años sin que exprese sus efectos patológicos. De ahí la importancia del diagnóstico precoz y de la necesidad de recomendar la realización de las pruebas serológicas específicas a toda la población en general, y no sólo a ciertos grupos de riesgo. Cuando la infección pasa a enfermedad, aparece la hepatitis aguda, que puede derivar hacia la hepatopatía crónica (80% de los casos), cirrosis y finalmente al cáncer de higado (hepatocarcinoma) que posee una mortalidad elevada y cuyo único tratamiento disponible actualmente es el trasplante hepático.

El VHC se transmite fundamentalmente a través de las transfusiones de sangre y hemoderivados (poco frecuente en la actualidad), por los pinchazos con material contaminado, los tatuajes, los piercings o las manipulaciones dentales sin buenas medidas higiénicas. El VHC también puede transmitirse a través de las relaciones sexuales, pero con una eficacia muy reducida, de modo que la incidencia de esta enfermedad en parejas de pacientes infectados es muy cercana a la de la población general (mismo riesgo).

Hasta hace pocos años el único tratamiento disponible frente al VHC era el interferón-pegilado y la ribavirina, con unos resultados muy variables dependiendo del genotipo viral. La introducción de los primeros inhibidores de la proteasa determinó el inicio de la esperanza curativa frente a esta infección. Gracias a ellos se conseguían alcanzar tasas de curación del 60-70% de la población susceptible. Sin embargo la gran esperanza ha llegado con las nuevas generaciones de estos inhibidores (sofosbuvir, simeprevir y daclatasavir) que son capaces de curar cerca del 80-90% de los pacientes tratados, lo cúal representa un cambio radical y una revolución total en el tratamiento de esta enfermedad. El empleo de estos antivirales permitirá dejar de utilizar el interferón con sus múltiples y desagradables efectos secundarios no siempre tolerados por el paciente.

Otra de las ventajas que proporcionan estos nuevos antivirales es que la mayor parte de ellos se podrán utilizar para el tratamiento de los distintos genotipos del VHC, algo inpensable en la actualidad. Los nuevos antivirales van a ser más efectivos cuando se utilicen combinados; por ello se están realizando estudios para encontrar la combinación ideal para cada uno de los pacientes (terapia personalizada adaptada). Así los nuevos antivirales permitirán acortar la duración del tratamiento, presentaran menos efectos secundarios, obtendran una mayor tasa de curación y se podrán utilizar en un mayor número de pacientes.

Frente a estas grandes ventajas existe un pequeño inconveniente con estos nuevos antivirales, y es su elevado precio. Así un tratamiento de doce semanas puede costar entre 50 y 70.000 euros; es decir son muy eficaces pero también son muy caros (el tratamiento actual cuesta entre 30 y 40.000 euros). De este modo es preciso delimitar, en base a criterios científicos, que personas o grupos de personas son los mejores candidatos para la obtención del máximo rendimiento con esta costosa inversión sanitaria (coste/eficacia). Debe tenerse en cuenta que los costes clínicos para el tratamiento de la hepatitis C son de unos 12.000 euros para la cirrosis, 14.000 euros para el hepatocarcinoma y 120.000 euros para el trasplante hepático.

El año 2014 podría pasar como el año en que se empezó a controlar la pandemia de hepatitis C. Sin embargo el tratamiento sólo puede considerarse como una solución individual, nunca se erradicará una infección tratando a las personas infectadas, ya que la tasa de portadores humanos es muy elevada. Por ello, la hepatitis C debe ser considerada como un problema grave de salud pública mundial, cuyo única forma de erradicar será el desarrollo y aplicación de una vacuna efectiva frente al VHC que evite la infección de las personas sanas. Por otro lado, y dadas las características virológicas del VHC, semejantes al VIH, deberán utilizarse abordajes moleculares complejos para la obtención de esta tan desea y necesitada vacuna viral.